sábado, 21 de noviembre de 2020

CUATRO MIL CIENTO SETENTA Y CUATRO

 








He decidido ir a la anteiglesia de Berango, colindante con el municipio de Getxo que es donde yo habito, así que no necesitaba salir de mi perímetro y podía sacar algunas fotos, sin temor a un control policial y a la consiguiente multa de seiscientos euros.
Hacía un tiempo espléndido, recordaba haber ido muchas veces a ese lugar hace tiempo y pensaba en sus bosques preciosos.
He disfrutado con la emoción que me produce el silencio de la naturaleza, solamente roto por el canto de algún ruiseñor, con suerte y si no, cualquier pájaro menos elegante, no me importa.
Ha habido un momento en el que he creído estar en el cielo.
Ha sido breve, no obstante más que suficiente para que volvieran a mi memoria experiencias similares, en ese instante supremo que cura mis heridas y deleita mi corazón.
No todo ha sido dicha suprema, ya que la mayoría de los bosques se han convertido en terrenos con eucaliptos y pinus insignis, que nada tienen que ver con los de árboles autóctonos que yo rememoraba, así que he vuelto a casa cansada, contenta y un poco desilusionada, aún así me ha compensado el esfuerzo solo por esos momentos espléndidos de belleza y auténtica calma en soledad.
También he visitado el milagro de Umbe, donde se apareció la virgen a Felisa Sistiaga, aunque bastante limpio y cuidado, me ha dado la impresión de que ha perdido seguidores a juzgar porque no había un alma, a pesar de ser sábado que era cuando se rezaba el rosario con la presencia de la vidente.
No puedo olvidar el día que me la presentaron, me impresionó un poco y me sentí culpable, porque en aquellos días yo era jipi y me ponía collares en el cuello, entre ellos un rosario de rosas, cuyo olor me parecía especial y cuando Felisa me dio la mano, me dijo con admiración y respeto:

Debe de ser usted una gran devota a juzgar por lo que lleva en el cuello.

Creo, espero y deseo haber aprendido a respetar las ideas de los demás, sobre todo las relacionadas con las  religiones, ya que habiendo conocido la India en donde conviven en armonía, no solo unas cuantas creencias religiosas sino más de trescientos mil dioses.
Mi madre me enseñó que hay que tener en cuenta tres reglas importantes para la convivencia:

La primera y más importante es el amor, si este falla se debe utilizar la educación y en último caso la justicia.
Me pareció una buena idea a tener en cuenta.




























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