domingo, 29 de noviembre de 2020

CUATRO MIL CIENTO OCHENTA Y DOS

 



Llevo una temporada imbuida en la poesía y he caído sin remisión en la sabiduría y el encanto de Rabindranath Tagore, a quien conocía desde hace mucho tiempo, cuando iba a India dos veces al año e incluso tuve la oportunidad de hablar con un erudito en la materia, no obstante no pude sacarle mucho partido porque cuando empezamos a charlar y comprendimos que ambos estábamos interesados en la poesía, y que yo era española, él confesó sin reparos que adoraba a Machado.
Recuerdo aquella tarde como una de las más especiales de mi vida.
Había ido a Delhi como de costumbre, para asistir al evento de Prem Rawat y allí me invitaron a la conferencia de Katmandú.
Inmediatamente acudí a mi agente de viajes y me ofreció un billete más barato si me paraba en Calcuta, acepté sin dudarlo y allí me encaminé.
Nunca había estado en el estado de Bengala y me apetecía conocerlo, solo el nombre me inspiraba.
Llegué a Calcuta, me encontré con un amigo francés que me recomendó su hotel y allí acudí sin dar mas vueltas.
Calcuta me pareció fascinante, misterioso, alegre, muy diferente a Delhi.
Sabía que había un evento con Prem al que los occidentales no estábamos invitados, no obstante lo intenté y me rechazaron por lo que salí de allí cabizbaja.
Se me acercó un indio al que tampoco le habían dejado entrar, periodista que solo estaba allí por curiosidad, me invitó a un chai y me dijo que si me apetecía podía ir con él a una conferencia que daba la hija del che Guevara, acepté y en el taxi me sentí un poco incómoda con él, se sentó demasiado cerca de mí y no dije nada, pero al llegar al teatro me escabullí y le dije al taxista que me llevara a Lufthansa, tenía que cambiar el billete ya que había tomado la irrevocable decisión de ir a Katmandú lo antes posible.
El señor que me atendió en Lufthansa estaba en la calle tomando un chai con algunos indios vestidos de uniforme como él y me invitó a unirme a su grupo.
Los indios nunca tienen prisa y son muy educados.
Así que mucho antes de que me cambiara el billete es cuando empezamos a hablar de Rabindranath y de Machado.
Él conocía bien a los dos, yo le escuchaba embelesada, era un erudito.
Al final no solo me cambió el billete, sino que llamó a su sobrino para que me fuera a buscar al aeropuerto, me reservara una habitación en un hotel encantador de su familia, e hizo que me sintiera como una reina.
Patrick, el francés, se quedó en Calcuta, porque consiguió que le dejaran entrar al evento de Prem Rawat.










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