sábado, 12 de enero de 2019

DOS MIL SEISCIENTOS TRES







Ya estoy inmersa en el libro “Miedo” de Stefan Sweig, es muy corto y casi lo terminé ayer cuando me llegó.
Lo pedí a Amazon junto con los rollos de cocina, el papel higiénico y los productos de limpieza.
Comprendo que la idea de comprar un libro de esa manera ha perdido el romanticismo, pero yo me adapto a la manera práctica de vivir, va todo tan deprisa que tengo que decidir en qué ocupo mi precioso tiempo.
Además, las librerías de Getxo no me inspiran, prefiero mantener la conversación con el ordenador, aunque aparentemente resulte frío.
Tengo buenos amigos enamorados de la literatura con quienes puedo comentar todo lo que me interesa y cuando se trata de Stefan Sweig, mejor todavía. 
Es tan elegante que ahora los libros que tengo en la mesilla y que he interrumpido por dar prioridad a Sweig han perdido el atractivo, me va a costar volver a Iris Murdoch y a su “Bajo la red”.
“Miedo” es vertiginoso, me metí tanto que tuve que hacer un esfuerzo para cerrarlo y apagar la luz, me había convertido en la protagonista e hice mía su angustia. Parece mentira hasta donde puede llegar un buen escritor. Stefan Sweig tiene la capacidad de convertirse en mis propias emociones.
No me extraña que hayan llevado al cine tantas obras suyas.
Estoy deseando volver a “Miedo” y posiblemente seguir con las obras que me quedan por leer.
Me gusta más que los escritores contemporáneos.

Hace tiempo vi algunas películas basadas en sus libros, en un ciclo que hubo en el museo de Bellas Artes de Bilbao y creo que los libros son muy superiores.







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