lunes, 14 de enero de 2019

DOS MIL SEISCIENTOS CUATRO







Quiero hacerme un autorretrato.
Ya está bien de tantos selfis.
Prefiero describirme con palabras.

Me llamo Blanca Oraa Moyua.
El apellido Oraa no es muy conocido e incluso suena raro por lo que cuando lo repiten, suelen decir Ora y no me gusta nada. Tampoco me gusta tener que corregir pero me compensa, por lo que haciendo un esfuerzo, añado: 

Oraa, con dos aes.

La mayoría de las veces contestan:

¡Ah! si, con dos as.

Eso.

Y me callo.
Me conformo con que lo escriban bien.
A veces también digo “con acento en la segunda a” para que lo pronuncien mejor, pero no lo digo siempre porque como es un apellido vasco que viene del caserío Oraa de Zumárraga y en Euskera no hay acentos, me arriesgo a que sigan diciendo Ora como Ora pro nobis, resulta cansino.
Nadie en mi familia le pone acento. Desde pequeña me enseñaron que no lleva acento por lo que sigo con la matraca.
Setenta y dos años bastante mal llevados, no solo porque he dado más vueltas que un tiovivo, sino que además me rompí la pierna varias veces y ando coja, voy despacio.
La última vez me la rompieron en Cruces al quitarme los hierros que ya no servían y me dejaron la pierna derecha cuatro centímetro más corta que la izquierda, así que llevo un alza en el zapato.
Me sobran quince quilos.
Me molesta, pero no consigo perderlos.
Tengo una nariz aguileña que me viene por las dos familias.

Un día que estaba con mi madre, se me ocurrió preguntarle:

Cuando te casaste con papá ¿no pensaste en que teniendo los dos la nariz con caballete te saldrían los hijos con narices grandes?

Respondió sin pensarlo:

Cuando naciste no la tenías como ahora.

Una vez más no me quedó más remedio que callarme.
Cuando quedo con alguna persona que no me conoce, no necesito dar demasiadas explicaciones.
Me limito a decir que ando con una muleta y que estaré vestida de negro.
Nunca he tenido problemas para que me reconozcan.







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