viernes, 11 de enero de 2019

DOS MIL SEISCIENTOS DOS







La clase de Escritura de ayer fue muy interesante, como de costumbre, me hizo recapacitar.
Íñigo Larroque, el profesor, insistió en la importancia de mantenerse observando un tema concreto. Me recordó a lo que hacemos los pintores. No solo se trata de mirar, sino de seguir mirando y llegará un momento en el que se empieza a ver algo especial, algo que ofrece un sentido más profundo y es entonces cuando se puede empezar a inmortalizar.
Todo lo que decía Íñigo me recordaba a mi, cuando pintaba.

Un tema determinado me llamaba la atención y volvía a mirarlo y luego a contemplarlo y admirarlo y así hasta que me detenía y me pasaba una larga temporada dedicándome a ese tema, del que surgiría una serie de cuadros que serían expuestos hasta que lo daba por zanjado.

El tema que tengo entre manos soy yo misma, mi vida, lo que pienso sobre lo que me sucede, sobre mis sentimientos, sobre mi experiencia.
He tenido una vida azarosa y ahora que ha llegado el momento de volver a casa “a mis soledades voy, de mis soledades vengo” que decía Lope de Vega, echo la vista atrás y veo que la prisa marcaba mi vida y era la responsable de los errores cometidos.
Ahora no tengo prisa, estoy tranquila, voy despacio, dejo que el tiempo marque su ritmo.
Aprender a valorar el tiempo ha sido un gran logro, ya que que acostumbraba a dejarme llevar por  impulsos.

Valora tanto mi tiempo que a veces hasta me permito ser avara.

Ya no me prodigo.







No hay comentarios:

Publicar un comentario