viernes, 26 de octubre de 2018

DOS MIL QUINIENTOS TREINTA Y NUEVE







Creo que Judy Chicago tiene razón al decir que lo primero y fundamental para una mujer que quiera ser libre, es desobedecer.
Desobedecer es imprescindible.
Yo tardé mucho, pero en el momento en que lo hice por primera vez, sentí algo extraordinario.

Debido a la rigurosa y estricta educación que recibí, sujeta sobre todo a las normas impuestas por la iglesia católica, se trató de no ir a misa un domingo, lo que se considera un pecado mortal.
Me quedé tan ancha, no me sentí sucia ni temerosa del infierno tan temido sino que además, ni siquiera me confesé.

Al ver la película “La esposa” en la que la protagonista, una inmensa Glenn Close interpreta a una mujer supeditada a un marido egoísta y poco generoso, experimenté algo que todavía llevo dentro por haberme dejado engañar durante tanto tiempo y haberme comportado como una niña buena, lo que ha supuesto un auto maltrato del que solo yo puedo liberarme.

Escribir mi diario va limpiando poco a poco las heridas que todavía sangran y duelen. 
Es como si pusiera Betadine y luego un apósito que voy cambiando a medida que los acontecimientos actuales de mi vida, me obligan a recordar esos momentos en los que me permití obedecer.


Dios me perdone.






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