sábado, 11 de febrero de 2017

CIENTO OCHENTA Y SEIS







Hace algo más de un año empecé a estudiar alemán, con un método gratuito que está en internet.
Se llama Duolingo.
Me comprometí a dedicarle cinco minutos al día, no me apetecía hacer demasiado esfuerzo.
Desde entonces, todos los día cuando me meto en la cama por la noche, lo primero que hago es dedicar esos cinco minutos al alemán, haga frío o calor, en verano y en invierno, tanto si estoy cansada como despejada, es un ritual obligatorio.
A veces tardo menos de cinco minutos, porque solo tengo que reforzar lo que ya sé.
Casi sin enterarme, ya he conseguido que el sonido del alemán me resulte familiar.
No es que sepa gran cosa pero podría ir a un restorán y pedir la comida, e incluso comprar un periódico aunque después no sabría leerlo.

Cuando mis hijos mayores eran pequeños, les mandé al colegio alemán y en mi optimismo me inscribí en una academia de Bilbao, a la que iba todos los días a las 8 de la mañana, pensando en que tal vez pudiera ayudarles.
Todos mis planes se disiparon por varios motivos:

Yo no aprendía nada, me parecía demasiado difícil y no me iba el método, demasiada gramática.
Por otro lado, a mis hijos les echaron a uno detrás de otro, por lo que perdí el entusiasmo.
Me alegré porque todo me parecía demasiado duro para mis niños, que eran muy pequeños y yo les tenía bastante mimados, no me gustaba que salieran de casa tan temprano.

No obstante, han pasado los años y por su cuenta todos han aprendido alemán y el pequeño vive en Berlín por lo que Odita, mi nieta ya va al colegio donde no le queda más remedio que hablar en alemán, de lo que se siente muy orgullosa.
Su madre y ella son suecas y entre ellas hablan en sueco.
Su padre habla con ella siempre en español.
Y creo que ya ha empezado a estudiar inglés en el colegio, por lo que se supone que dentro de poco hablará cuatro idiomas con facilidad, que es lo que a su padre le hace feliz.

A mi también me encantan los idiomas y sé que lo mejor es aprenderlos lo antes posible.
A medida que nos hacemos mayores, nos cuesta mucho no solo aprender el idioma sino también la pronunciación y el acento español cada vez resulta más fuerte.
Lo sé por experiencia propia.

A mi me mandaron a Francia con 16 años y aprendí bien el francés.
Se suponía que al año siguiente iría a Inglaterra para aprender inglés, pero para entonces ya estaba enamorada del que sería mi marido y mi educación se paró.

Más tarde estudié inglés poniendo mucho interés y cuando vivía en Los Ángeles fui a la universidad.
Con mucho esfuerzo conseguí hablarlo con un terrible acento español.
Donde quiera que voy, se dan cuenta de que soy española lo cual me molesta bastante pero poco puedo hacer al respecto.

En Los Ángeles hay profesores particulares que cobran doscientos dólares la hora por quitar el acento.
A los actores de cine no les queda más remedio que invertir mucho dinero en su inglés, ya que es la única manera de que les acepten en ese mundo.

Me hubiera gustado estudiar filología inglesa, pero ya es un poco tarde para meterme en más berenjenales, ahora prefiero perfeccionar mi español, al que cuanto más me acerco, más belleza le encuentro.



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