sábado, 4 de febrero de 2017

CIENTO SETENTA Y NUEVE







Recibo más elogios que críticas por mis diarios, incluso en la clase de escritura ya casi ni el profesor me corrige.
Agradezco ambos por igual.
Tal vez echo de menos las críticas, ya que eso supondría que me toman más en serio.
Tengo ambiciones.
Deseo de verdad escribir bien, utilizar la palabra con propiedad y expresarme con sencillez y profundidad, al mismo tiempo.
También quiero ser ligera, tener mi propio estilo, entretener e interesar y sobre todo, que se entienda lo que cuento.

Y lo que no quiero por nada del mundo, es ser pedante o tener pretensiones, ya soy bastante repipi de nacimiento, como para que me salga sin darme cuenta.
En casa de mis padre se daba importancia a hablar con propiedad y me corregían, sobre todo mi hermano Gabriel.
Lo agradezco con todo mi corazón.
Incluso hoy en día cuando estoy con mis hermanos, noto que me produce cierta tranquilidad, saber que van a conjugar correctamente los verbos irregulares y que no pondrán un incondicional fuera de lugar.


Se me quedó grabado lo que me dijo la madre de Natalia Rodriguez Salmones cuando estaba interna en Santa Isabel, Madrid, y fuimos al instituto Miguel de Unamuno para examinarnos de reválida.

Pues bien, esa madre que vivía en Madrid y vino para apoyar a su hija, al hablar conmigo, comentó:

“Tan pequeñita y tan sabihonda”

No me gustó que dijera eso de mi, mas supongo que lo dijo porque lo que sí recuerdo es que yo era redicha, eso es un hecho.

Ahora soy mayor y mi abanico de comunicación se ha extendido.
Además ya no tengo vergüenza, más bien lo contrario.

¡Ojalá hablara correctamente y entendiera el significado de las palabras!


No me canso de aprender.
Mis ansias de conocimiento crecen cada día y tampoco me canso de decirlo.

Podría apropiarme de la frase de Sócrates y hacerla mía:

“Solo sé que nada sé”


Me fascinaba la sabiduría griega.
La primera vez que fui a Grecia, me quedé deslumbrada por la simpatía y sencillez de su gente, su alegría, el interés en ayudar, su cocina, sus cantos, sus bailes.
Pensé que toda la sabiduría ancestral se conservaba todavía a pesar del tiempo pasado.

Me enamoré de Pitágoras al adentrarme en la escuela pitagórica.
Me parecía que su pensamiento era más moderno que el actual.
Me refiero a la parte filosófica ya que los números no son mi fuerte, ni siquiera sé en qué consiste su famoso teorema.



Me tranquiliza saber que el tiempo de mi vida es el exacto para completar mi propósito.
No tengo por qué alterarme ni precipitarme.

Al contrario, cuánto más despacio y consciente haga mi camino, más podré ahondar, de eso se trata.




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