miércoles, 22 de febrero de 2017

CIENTO NOVENTA Y SEIS







Me dice Beatriz que en mis textos se me escapan algunos acentos en las preguntas, tendré que poner más atención.
También me dice que le hace gracia que utilice la palabra “mas” y que se nota que es para evitar repetir “pero” lo cual es la pura verdad.
Termina diciéndome que me lee muy a gusto y yo noto que una ola de satisfacción me llena el corazón.
Agradezco con toda mi alma que alguien se interese por mi trabajo.

Sé que me repito hablando de las clases de escritura y ensalzándolas, mas no me queda más remedio que hacerlo.
Aprendo mucho, no solo del profesor sino de los alumnos también, que vamos progresando al unísono.


Sigo con Sánchez Dragó.
Es un exagerado.
Es la antítesis del minimalismo y sin embargo, tiene la capacidad de entretenerme.
Escribe bien y está versado en asuntos de la nueva era que me interesan.
A veces me canso de la cantidad de epítetos que utiliza, para decir simplemente que algo o alguien es grandioso y me dan ganas de saltarme algún párrafo, no obstante hay algo en mi que no quiere perderse nada, por si acaso es interesante.

Yo tenía una amiga, Dorita Castresana, mujer sabia donde las haya, que regentaba una tienda muy exclusiva de productos macrobióticos en Algorta, Vizcaya, que poca gente conocía.
Era amiga de Dragó y a veces se veía con él.
Dorita vendía, entre otros productos, una especie de elixir que consistía en un líquido que penetraba por ósmosis en el cuerpo.
Se ponían unas gotas en el dorso de la mano y se frotaba para que el líquido se infiltrara.
Era carísimo.
Fernando lo probó, antes de que Dorita se decidiera a venderlo y cuando vio a través de un microscopio la sangre del escritor, se quedó impresionada.
Parecía la de un jovenzuelo.
A mi me cambió la ambrosía por un cuadro, le encantaba mi trabajo y durante una temporada me ponía las gotas todos los días.
No sé si me hicieron efecto, pero si Dorita decía que algo era bueno, yo me lo creía.

Cuando volví de Los Ángeles, Dorita ya no estaba en Algorta y su tienda había cambiado.

Me llamó por teléfono y me contó que vivía en Medina del Pomar, de donde era oriunda su familia.

Un día que fui a esa zona para comer con mi amiga Rosa sin espinas, fuimos a un restaurante de Medina que se llama San Francisco y es estupendo y pregunté a la chica que nos servía, a ver si conocía a Dorita.
El nombre no le sonaba, pero cuando le dije que estaba bastante gordita, enseguida se dio cuenta de a quien me refería y me dijo que sí la conocía, pero que se había muerto.

Me dolió.
Dorita era un ser humano maravilloso, llena de amor y de sabiduría.
Era una maestra en macrobiótica.
Había sido discípula de Michio Kushi.
Había estudiado en Alemania, pero le costaba demasiado practicarla, lo que para mi es fácil de entender, porque me pasa algo parecido.
Solo soy capaz de comer de esa manera cuando no me encuentro bien.
Aprendí mucho con Dorita, la echo en falta y la recuerdo con mucho cariño.

No es fácil encontrar una amiga con quien, además de estar a gusto, se aprende. 

Creo, tengo la sensación de que Dorita fue la responsable de un cambio importante en la vida de mi hijo pequeño.
La verdad es que Mattin hacía lo que le daba la gana.
Yo no le ponía límites.
Le veía tan inteligente y sensato que confiaba en él plenamente.
El amor me cegaba.
Sacaba unas notas imposibles.
Cero en todo menos en gimnasia.
Yo intentaba no preocuparme.
Era un chico muy despierto y en el colegio se aburría, mientras que en casa leía a Nietzsche y yo conversaba con él como con un adulto.

Sin embargo, era evidente que no cultivaba la disciplina y eso no era bueno.
Una mañana que fuimos a la tienda de Dorita, ésta se puso muy contenta al vernos y deseó leerle la oreja a Mattin en lo que también era experta y en un tono serio a la vez que cariñoso, dijo:

Estoy viendo una inteligencia viva y todavía despierta, pero empieza a notarse que si sigue el camino actual no se desarrollará, se perderá.

Eso fue todo.
Mattin y yo volvimos a casa sin hacer comentarios.

Desde entonces algo en él se despertó, cambió de vida, tomó decisiones y gracias a lo que dijo Dorita, creo que su inteligencia evoluciona.



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