sábado, 17 de diciembre de 2016

CIENTO TREINTA








¡Que pronto me había acostumbrado al cielo azul y al sol brillando en todo su esplendor!
Al abrir la persiana de mi cuarto y ver las nubes grises, me ha parecido algo familiar pero remoto.
¡Qué inocencia la mía!
Por lo menos, estoy contenta de haber aprovechado tantos días maravillosos para ir a lugares encantadores y sacar fotos.



Hace tiempo vinieron unos cineastas de Madrid, amigos, y querían buscar localizaciones para una película, cuya parte principal se desarrollaba en el país vasco.
Me invitaron a ir con ellos, ya que habían oído hablar de san Juan de Gaztelugatxe en Bakio y no sabían mucho más.
Así que allí nos dirigimos y a otros lugares que yo conocía.
Lo pasamos muy bien, era un trabajo bonito y comentaron que la luz de este país, cuando está gris, favorece al rostro.



Hoy voy a comer a Bilbao con Rosa sin espinas y me gustaría hacer fotos de algunos lugares, casas sobre todo, que recuerdan mi infancia, la cual se desarrolló en la zona que hoy llaman Abando.
Allí están los jardines de Albia y la parroquia de San Vicente mártir de Abando, donde me bautizaron, confirmaron y casaron.
Es la única iglesia salón de Vizcaya.
Se llama salón cuando las tres naves tienen la misma altura.

Además de haber oido muchas misas en esa iglesia y haber recibido los sacramentos, añado la puntilla de que mi querido profesor de pintura, Iñaki García Ergüin, pintó hace pocos años un mural vertical de la última cena que poco tiene que envidiar a los clásicos renacentistas.
Está en la nave lateral izquierda.
Merece la pena ir a Bilbao solamente para verlo y admirarlo.
Por lo demás, no creo que esa iglesia tenga demasiado interés.

Los jardines de Albia tienen árboles grandes que producen sombra, tanto en verano como en invierno y están rodeados de bares en los que reina la algarabía.
No obstante, los jardines de Albia tienen algo especial que invita a la reflexión y a la lectura.
Tal vez sea la estatua de Unamuno que los preside.
Es como una isla incontaminada en el medio de la ciudad.

Mi abuelo y mi madrina, la tía Carmen, vivían justo enfrente y yo iba a menudo de pequeña, por lo que me llenan de melancolía
Solo guardo recuerdos felices de esa zona de Bilbao.

Me considero muy bilbaína, ya que viví allí esos años de infancia tan importantes en la vida de un ser humano.







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