lunes, 19 de diciembre de 2016

CIENTO TREINTA Y DOS








Pasando revista al año transcurrido, me satisface comprobar que he trabajado.
Lo fundamental y más valioso es que he dado pasos de gigante en el tema de la salud, que es uno de los más importantes.

Cada día me encuentro un poco mejor y aunque soy consciente de que la medicación ayuda, espero y deseo que poco a poco mi cuerpo sabrá funcionar sin necesidad de fármacos.
Me lo he ganado, porque he puesto tanto de mi parte que ya casi no tengo ganas de seguir luchando, pero lo haré.
La fortaleza mental es fundamental y la cultivo con esmero.
A veces me duermo en los laureles y me descuido, con excusas que saco de mi bolsillo justificando mi desidia:

“Lo he pasado tan mal que me merezco un homenaje”.

No estoy en contra de los homenajes, mi problema es que cuando empiezo, me cuesta parar.
Mi naturaleza es de tipo adictivo.




El día que cumplí diez y siete años mi padre, que me adoraba, me regaló una cámara de fotos y desde entonces no he dejado de utilizar la fotografía, como instrumento de trabajo y para mi complacencia.
En cuanto aprendí un poco, organicé un laboratorio en mi cuarto de baño y allí hacía mis experimentos.
Más tarde, utilicé la foto como referencia para pintar barcos, caseríos y playas con sus correspondientes toldos y sillas, tanto en el país de los vascos como en Brighton y Deauville.

Ahora, mi relación con la fotografía ha cambiado, podría decirse que casi repentinamente, ya que todo comenzó cuando me invitaron a presentarme a un concurso de fotos en Japón y animada por la amplitud de las condiciones, empecé a ordenar los millones de fotos que tenía en el iCloud y poco a poco, tontamente, las editaba como si las pintara y al publicarlas en FB, alcanzaron un éxito glorioso, que me anima tanto que en cuanto sale el sol, salgo corriendo como las lagartijas, para inmortalizar los lugares que forman parte de mi vida.
No sé si esos lugares son maravillosos o no, pero para mi resultan idílicos.
Saco las fotos con el alma y eso no se puede esconder.
No están basadas en la técnica sino en el color y la composición.

No quisiera resultar petulante pero me atrevo a decir que mis fotos actuales guardan cierta relación con el vedutismo, género pictórico del Settecento italiano, desarrollado sobre todo en Venecia, en el se desarrollan paisajes muy detallados en tamaño pequeño.
Concebidas como recuerdos, casi como postalespara viajeros extranjeros, las vedute tuvieron mucho éxito, iniciando una característica forma de representar el paisaje, que fue imitada por muchos artistas europeos.



Las llamo lindas estampitas porque quedan muy bonitas.






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