jueves, 1 de diciembre de 2016

CIENTO TRECE







Detesto la navidad.
Todo lo relativo a esta época del año va en contra de mi proyecto vital, el cual está relacionado con la austeridad.
Cuando era pequeña me ilusionaba pensando en los regalos de los Reyes Magos y aunque casi siempre me traían más de lo esperado, mi desmesurada imaginación iba tan lejos, que al final todo resultaba una decepción.



Estar casada y con hijos era como tener dos familias y lo que yo pensara o me apeteciera, carecía de interés.
Las cosas eran así y no había posibilidad de cambiarlas.
Punto pelota.
No quiero acordarme, todo me parecía espantoso.



Hoy en día ya casi nadie me invita ni me felicita, afortunadamente, aunque si viene Odita con sus padres organizo lo que haga falta, porque con ella todo adquiere un brillo especial.
Su madre quiere que Odita tenga un buen recuerdo de esa época del año y cuando van a Suecia a casa de los padres de Lisa, el marido de su madre se viste de papá Noel.
Tanto a Odita como a su padre les gustan las fiestas de familia, aunque en casa somos pocos, porque Jaime pasa los inviernos en Bali.




Quisiera ver la parte buena de la navidad si es que la tiene, pero me cuesta.
No voy a negar que me gusta el turrón, sobre todo el de yema de Zuricalday y el de Jijona que venden en la calle del Correo, en Bilbao.


Lo peor de todo es cuando me dicen “Feliz Navidad” y cuando comentan ¡Qué bonito está Bilbao con las luces y los adornos!
Y no digamos cuando me preguntan a ver que plan tengo para cenar los días de nochebuena y año viejo.
Suelo contestar: “en familia, como todo el mundo”.


No quisiera negativizar pero tengo verdadera necesidad de expresarme.
Me sienta mal no decir lo que pienso o siento.

Antes de ayer fui a la peluquería y por no decir que tenía frío, ahora no me encuentro bien y lo único que quiero es quedarme en casa tranquila, a ver si me recupero pronto.


Por más que me prometo a mi misma cuidarme y decir lo que necesito, todavía me quedan resquicios de la educación que recibí, en la que me decían que tenía que mostrarme siempre amable y poner buena cara, aunque estuviera muriéndome.






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