domingo, 18 de diciembre de 2016

CIENTO TREINTA Y UNO







Otra vez llega el buen tiempo.
El sol que aparece brillante en un cielo nítido me invita a salir y a sacar fotos de los lugares tan maravillosos que me esperan a la vuelta de cada esquina.
El país de los vascos es precioso en si mismo, la naturaleza, el color, la luz, los caseríos, los bosques, las playas, todo es de una belleza deslumbrante.
Solo la arquitectura ha estado descuidada.

Ayer fui a Bilbao por la ría, que desde niña me fascinaba con sus hornos altos siempre encendidos y pintaba cuadros imposibles, ya que el fuego es constante movimiento y nunca he concebido que se pueda plasmar tal imagen en un cuadro plano y estático, pero lo intentaba.


Me encantaba ir a Bilbao por la ría, de noche y de día y miraba al otro lado, cuya vida bullía como si ardiera en fiestas.

Cuando estaba casada, mi marido, que a la sazón ere ingeniero industrial, trabajó allí una temporada montando un horno alto y estaba tan entusiasmado con su trabajo, que me llevó a Baracaldo para enseñarme, orgulloso, su lugar de trabajo.

No sé qué pensaría yo, una niña recién salida de un internado francés con la cabeza llena de ideas románticas, solo recuerdo que me llevé un susto morrocotudo.
Se veía diferente desde la margen derecha, mas metidos en harina solo vi suciedad, polvo, ruido y obreros exponiendo sus vidas.


Tanto había oido cantar las glorias de los Altos Hornos de Vizcaya, que viéndolos de cerca, se me cayó el alma a los pies.

Tengo una imaginación excesiva que me juega malas pasadas, se entusiasma tanto ella solita, que luego viene la decepción.

Ahora que he madurado, sé un poco más de la vida y no me hago demasiadas ilusiones, prefiero estar asentada en la realidad que nunca me defrauda.


La ría ha cambiado.
Ya no hay hornos ni fuego, solo algunos astilleros y pescadores con caña en la carretera.
El agua está limpia y refleja como un espejo los pocos barcos que están en las orillas.
La ría ha evolucionado, he perdido fuerza y ofrece un paisaje diferente, más sereno, de gran belleza.
Hasta se alquilan los gasolinos que antes utilizaban los obreros para cruzarla a las 6 de la mañana con sus paraguas negros, siempre abiertos, porque antes, a esas horas, había sirimiri.











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