sábado, 24 de diciembre de 2016

CIENTO TREINTA Y SIETE








Deseo pasar la navidad como cruzara de un lado a otro del mismo rio, disfrutando del paisaje y sin tomármelo en serio, lo que no me resulta fácil, porque corta mi plácida existencia.
Aún así, quiero comportarme como una guerrera y no como una niña caprichosa que se queja de todo, aunque sea maravilloso.


En realidad ¿de qué puedo quejarme si solo se trata de sentir en afecto de la gente y las maravillas gastronómicas?




Ayer una amiga me contó que tenía intención de presentarse en Galicia con su marido e hijas para estar con la madre y la hermana de su marido.
Me pareció tremendo.
Detesto las sorpresas.
Al indagar por qué tengo tanta alergia a las sorpresas, recordé lo que pasó cuando todavía estaba casada con el que fue mi marido y le hicieron director de una empresa de Vitoria llamada Ajuria para que la sacara adelante, por lo que tenía que vivir allí duarante la semana.
Ni por un momento se le pasó por el magín trasladar a su familia, gracias a Dios, por lo que alquiló un apartamento en un hotel.
Yo fui algunos días para organizárselo, le colgué algún cuadro y llevé lo que le faltaba.
A él le daba igual.
Le pusieron un Mercedes blanco con un chófer, que le traía a nuestra casa de Las Arenas los viernes y le recogía los lunes.


Todavía no sé por qué un día tuve el impulso de ir a verle sin avisarle. 
Quise darle una sorpresa.
Cuando le dije al recepcionista que le avisara, llamó a su cuarto y no contestaba.
Se puso nervioso y avisó a un compañero que no me conocía y le dijo:

No importa, ya llamo yo.

Efectivamente, llamó él y allí encontró al que todavía era mi marido que apareció enseguida.
Todo era raro, pero yo hice como que no pasaba nada y al día siguiente me volví a mi casa, con el corazón un poco más desgarrado de lo que ya estaba.

Encontré un libro de Erich From llamado “El miedo a la libertad” que se lo dedicaba una mujer, creo que su secretaria.
Lo había dejado por ahí, como quien no quiere la cosa para que yo lo viera.




No quiero sorpresas.
De ningún tipo.
No me gustan.

Me considero una mujer eminentemente práctica y solo me interesa la realidad.






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