miércoles, 28 de diciembre de 2016

CIENTO CUARENTA Y UNO








Ya me han llegado los treinta libros que me corresponden de la editorial.
Mucha gente me ha dicho que quiere uno o varios para poder regalar, ya que en las librerías hay que encargarlo.
No tengo intención de alterarme ni hablar demasiado del tema.
Lo de escribir novela pasó a la historia.
Ahora estoy centrada en mi diario y no quiero distraerme.
Me satisface plenamente lo que hago.
Además, lo bueno que tiene haber empezado a hacer algo a mi edad, es que no tengo pretensiones de ningún tipo.
Me siento con humildad ante la hoja en blanco.
Eso es grande.
No era así cuando pintaba.
Me creía que sabía algo.
Haber estudiado una carrera y tener un título firmado por el rey, en el que afirman que soy Profesora de Dibujo, promete una seguridad que puede ser falsa.
Ahora no tengo título y lo único que hago es asistir a un taller de escritura con un profesor del que me fío.
No puedo pretender nada, porque aunque quisiera llegar a escribir como los grandes, que no es mi caso, ya ni siquiera tendría tiempo.
Haciendo mi trabajo cada día, como una hormiguita, leyendo lo que me inspira y tratando de añadir algunas palabras a mi escaso vocabulario, suplo con lo vivido, lo que me falta de oficio.




Escribir me produce tanto placer como hablar, con la diferencia de que al escribir tengo más tiempo para pensar lo que cuento y elegir las palabras adecuadas, aunque por nada del mundo quisiera resultar manierista.


Me gustaría escribir con la distancia de Don Pío Baroja y la poética de Fray Luis de León.
No es que lo intente cuando escribo, sino que tengo la sensación de que ambos escritores, cada uno en su estilo, están presentes en mi vida.

También tengo especial predilección por Hermann Hesse.


Me interesan especialmente los escritores con los que me siento cercana a sus propios sentimientos.
Considero imprescindible que utilicen la palabra precisa y que no se vayan por las ramas.
No me importa tener que buscar en el diccionario las palabras que no entiendo porque así aprendo y aprecio tener acceso a algo que no sé.



Cuando estudiaba en Francia daban tanta importancia a la literatura, que me resultaba fascinante tener que recitar a Baudelaire, Víctor Hugo y Moliére entre otros

Hoy todavía cuando estoy sola conduciendo en mi coche los recuerdo con verdadero agrado, aunque mi pronunciación no es tan fluida como lo fue en su día.






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