Tenía tantas ganas de campo y silencio que decidí ir a Laukiz, alejado del mundanal ruido incluso los fines de semana.
Tenía ganas de rememorar la cantidad de paseos que me había dado por ese pueblo cercano a Getxo desde el punto de vista kilométrico y alejado mentalmente.
Durante años iba casi todos los días, no solo a Laukiz sino a toda la zona de Uribe Kosta y Munguía donde me enamoré de los caseríos, a cual más bonito y cuidado, que a la sazón abundaban en ese entorno.
Sacaba fotos, a veces compraba verduras y huevos, charlaba con algunas personas con las que había entablado amistad y volvía a casa contenta, dichosa y agradecida de tener acceso a esos lugares eternos que conservaban los secretos de los poetas.
Basándome en los caseríos pintaba cuadros que luego exponía y me los quitaban de las manos.
No me queda ninguno y lo peor es que podría decir que tampoco tengo fotos porque ayer estuve buscándolas en el ordenador y solo vi un video malo que no sirve para nada, no se aprecia el valor de la pintura.
Lo peor de todo es que aunque quisiera ya no podría recuperar nada de esa época, porque los caseríos ya no existen.
Los dueños se han muerto y los hijos han decidido no seguir el tipo de vida de sus padres.
Respecto a la arquitectura de las nuevas casas, no tiene gracia, son casas grandes, sin estilo, muy aburridas.
Disfruté porque la naturaleza estaba en pleno esplendor así como las ovejas, las cabras, las vacas y los carneros, los pájaros volaban y cantaban, los árboles mantenían su nobleza original.
Es imposible no volver a casa recargada de esa energía que desprende el campo, siempre.
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