sábado, 19 de junio de 2021

CUATRO MIL TRESCIENTOS DIEZ Y NUEVE

 




Tenía ganas desde hace tiempo de ver The father y hoy por fin la he visto, reconozco que es muy buena y está bien realizada, doy gracias a Dios de que todos mis problemas físicos se reduzcan a que me duela la rodilla derecha, mientras no tenga mal la cabeza no tengo motivos para quejarme.

Yo perdí un poco la cabeza durante unos días, antes de la leucemia y lo pasé muy mal.

Recuerdo que tuve que ir a Bilbao a un notario, estábamos todos los hermanos y sus esposas y me presentaron al notario, hijo del que yo había conocido, al cabo de un ratito nos sentamos todos en una mesa y volví a ver al hijo del antiguo notario pero no estaba segura si era el que me acababan de presentar, yo no sé si los demás se daban cuenta de que yo había perdido la cabeza un poco, fue por tomar Lyrica, la medicina que estaba de moda, me la había recetado el doctor Álvarez de Mon, me quitaba el dolor y me ponía de buen humor pero cada día tenía menos memoria, eso no me gustaba.

Con la leucemia también he perdido la memoria pero de diferente manera.

Con la Lyrica lo que se me había olvidado era para siempre, ya nunca vuelve, en cambio con la medicación que me daban para la leucemia, aunque he perdido memoria sigo teniendo las cosas en la cabeza, a veces no me viene un nombre o una palabra pero al cabo de un rato aparece, eso no me molesta tanto.

Lo relativo al ordenador lo he aceptado y no me importa demasiado.

La leucemia que yo tenía se trataba con arsénico y por un lado era muy bueno porque me curaba, pero al mismo tiempo me afectaba, es una arma de doble filo, no tenía opción y puedo estar contenta porque ahora ya me encuentro bien y solo tengo que desintoxicarme poco a poco.

He aprendido mucho viendo la película de Anthony Hopkins, es un magnífico actor y es la primera vez que veo ese tipo de senilidad, diferente a la que tenía la esposa de Trintignant en Love, la película de Haneke, es diferente el Alzheimer, lo que tengo claro es que puedo estar contenta de haber llegado a mis años encontrándome bien, también he comprendido la importancia de las rutinas. 

Resumiendo, he pasado un rato difícil porque veo que la edad no perdona, tengo que hacerme a la idea y creo que es mejor no perder la cabeza aunque el cuerpo se deteriore.

Mi madre la tuvo bien hasta el final y eso que tenía noventa y nueve años, en cambio mi padre, que era mucho más joven cuando murió, a veces decía bobadas, que acababa de estar en París y cosas así pero mi madre me decía:

Blanca por favor ven a estar con papá que tu le quitas esas cosas de la cabeza.

Era verdad, yo no le seguía la corriente, le hacía ver que estábamos en Las Arenas y que él no estaba en condiciones de viajar.

Debe de ser muy duro hacerse mayor, cada día tiene una importancia capital porque cada vez te vas volviendo más pesada, no quiero ni pensar lo que tiene que ser perder la cabeza del todo.





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