viernes, 24 de agosto de 2018

DOS MIL TRESCIENTOS CINCO







Hace ya tiempo que agosto me parecía un mes difícil.
Cambian las rutinas y eso no me gusta.
Cierran las tiendas a las que estoy acostumbrada.
Calienta el sol más de lo habitual.
Hay fiestas en todas partes, la gente viene y va, a cualquier hora del día y de la noche.
Los fuegos artificiales no me interesan lo más mínimo.
Y preguntan: 

¿Has estado fuera?
¿ya has vuelto de vacaciones?

Cada agosto, cuando llegaba, pensaba que tendría que hacer algún plan diferente para salir de Bilbao, pero llegaba la hora de tomar decisiones y me quedaba en blanco.

Este año, sin embargo, he sido capaz de irme a la casa de reposo, pasarme allí quince días y volver a casa para aprovechar el resto del mes recuperándome y aunque todavía no he ido a la playa un solo día en todo el verano, no me importa porque tengo la sensación de que está siendo un agosto bien aprovechado.

No todo el mundo piensa como yo.
De repente, Pizca, sin venir a cuento me dice que le ha venido a la cabeza que yo debería de comer lo mismo que he comido en casa de mis padres toda la vida y no estar tan pendiente de lo que sienta bien y esas cosas.

Me he puesto furiosa.
Le he dicho que se ocupe de sus asuntos y que de los míos ya me ocupo yo.
También le he dicho que con lo duro que es lo que estoy haciendo, lo que menos necesito es que me desanimen.

Luego hemos cambiado de tema.
He hecho bien en enfadarme porque así he conseguido que no insista.
Otras veces, por educación, me callo y la escucho como si me interesara su opinión.

Comprendo que puedo ser muy pesada cuando algo me llama la atención, porque me centro en el asunto y me cuesta cambiar de tema.


Cada uno es como es.





No hay comentarios:

Publicar un comentario