jueves, 23 de marzo de 2017

DOSCIENTOS VEINTICUATRO






El sonido que más me ha cautivado de todos los que he tenido la fortuna de escuchar a lo largo de mi vida, es el canto de los pájaros y de estos, los que me transportaban a otro universo, son los pájaros de Amaroo, en Australia.
Sentía tanto placer, que me tumbaba en la hierba, cerraba los ojos y me deleitaba escuchándoles.
No cantaban todo el tiempo, era un rato, como un concierto y de repente, paraban y a lo mejor pasaban horas hasta que volvían a empezar.

Me aficioné hasta el punto de querer escuchar los pájaros de otros lugares.
En casi todos los sitios donde hay árboles, se puede escuchar el canto de los pájaros, pero por alguna razón que desconozco, ninguno me ha gustado tanto como los de Amaroo.
Escuchar cantos de pájaros grabados tampoco me satisface.



He ido a muchos conciertos en mi vida, sobre todo a los de mi hijo, ya que se dedica al ruido desde los catorce años más o menos y desde entonces, ha hecho giras por todo el mundo.
No es que el ruido y la improvisación sean mis preferidos, pero siendo mi hijo puse interés y a través de lo que él me explicaba y de sus conciertos, fui aprendiendo a disfrutar de algo que no era exactamente mi fuerte.
Sin embargo, Mattin tiene algo especial que en cuanto sale al escenario, eleva la vibración del ambiente y hay que ser muy frío para no sentirlo.
Lo que él hace no es fácil de apreciar sin una preparación previa, ya que no está sometido al mundo académico, no obstante, todos los músicos que se dedican al ruido, estudian mucho.

Debido a que Mattin va a estar en la documenta14, cada día miro lo que van anunciando sobre los proyectos que se presentan y compruebo que de momento, casi todo lo que muestran son asuntos relacionados con la jihad, con los refugiados y con todo lo que está en contra del sistema.

Mattin me cuenta que ya tiene tres chicas y un chico que están trabajando con él.
No saben gran cosa de su tipo de “música” pero están aprendiendo a pasos agigantados.
Está muy contento.
Un mes en Atenas preparando su presentación, es algo inmenso para un artista.

Cada día estoy más contenta de haberle animado siempre para que hiciera lo que le apeteciera, si es lo que le hace feliz.

Al morir mi hijo Carlos, algo en mí se reveló de una manera casi iniciática y me hizo ver que lo único realmente importante que podía hacer por mis hijos, es quererles mucho y darles toda clase de facilidades para que sean libres y felices.

Dejé de hacerme la seria con los mayores y me di cuanta de que eran muy responsables, casi no me necesitaban y el recién nacido era un encanto que me hacía muy feliz.









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