miércoles, 15 de marzo de 2017

DOSCIENTOS DIEZ Y SEIS







El museo de Bellas Artes de Bilbao, también conocido como museo del parque, forma parte intrínseca de mi vida.
Cuando vivía con mis padres y hermanos en Bilbao, uno de mis planes favoritos en cuanto me dejaron salir sola, consistía en ir paseando por la alameda de Mazarredo, que a la sazón era una calle tranquila y solitaria, hasta llegar al museo, al que todavía no le habían añadido la parte nueva, diseñada por el arquitecto Álvaro Líbano en 1970.
Más tarde se hizo otra obra que dio paso al definitivo museo, como se puede ver hoy en día, que fue inaugurado con bombo y platillo en el año 2001.

En la época que yo recuerdo con tanto cariño, se entraba por la puerta del edificio antiguo y que yo recuerde, solo Matías andaba por allí como conserje.
Casi nunca había gente.
Yo solía pasearme por las galerías, sin que nadie me mirase ni me observara.
Podía acercarme a los cuadros y tocarlos con toda tranquilidad.
Me los conocía como si fueran mis amigos.
En aquella época no se daba tanta importancia a los museos.
Además, no había pintura contemporánea.
En el museo solo se concebía que estuviera expuesta la obra de los muertos.

Con el nuevo edificio cambiaron las cosas y empezaron a colgar cuadros de artistas vivos, e incluso hicieron exposiciones que resultaban muy interesantes.

Hasta hace unos años, había unos ciclos de cine de gran nivel, en el que pude ponerme al día sobre varios directores importantes para conocer la historia del cine.
Gracias a esos ciclos y a los documentales y conferencias sobre arte y artistas, pude completar mi formación, ya que en la escuela de Bellas Artes no daban demasiada importancia a la parte teórica del arte.

Ha habido muchos cambios desde entonces.
Cada director tenía un estilo diferente de organizar el museo.
Zugaza, que volverá pronto, fue el más innovador y el que consiguió que mucha gente se acercara a ese maravilloso museo, que posee una magia especial.

Tengo mis esperanzas puestas en que Zugaza renueve el museo y le dé vida, despolvando esa especie de aura de franquicia que le rodea ahora, como si estuviera momificado.







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