lunes, 20 de marzo de 2017

DOSCIENTOS VEINTIUNO







Hay un concurso que consiste en pasar un mes en una casa de campo aislada, con toda clase de comodidades incluida la televisión y los gastos pagados.
El único requisito es no usar ningún dispositivo conectado con internet, ni tener un móvil.
La persona que sea capaz de hacerlo, gana una cantidad importante de dinero.
Lo leí hace unos días y todavía no se había apuntado nadie.
Vi la foto de la casita que era muy mona, ella solita en la mitad de un bosque.

Me hizo recapacitar y pensar en mi misma y en mi contacto diario con mis dispositivos siempre conectados al wifi.
Podría vivir sin esa conexión, lo sé porque antes, hace tiempo, a veces fallaba y tardaban en arreglarlo.
Me solía sentir despistada al principio y he de reconocer que mi vida cambiaba.
Leía más, salía todos los días, iba al cine y a los museos, lo pasaba muy bien, pero en cuanto arreglaban la avería, volvía a las andadas con una alegría manifiesta.

Estoy encantada de vivir en la época de internet.
Además de otros temas, me encanta la investigación lo cual resulta instantáneo con internet.
Y sobre todo, el asunto de las fotografías, es algo que ni en mis sueños más inalcanzables hubiera podido imaginar.
De hecho, recuerdo que cuando me lo contó mi hijo Jaime antes de que yo fuera a Los Ángeles, no lo podía creer.
Me explicó que yo podría enviar las fotos de mis cuadros y serían recibidas al instante.
Jaime suele estar al tanto de las últimas novedades en esos temas y aún así me costaba creer que eso pudiera ser verdad.

Ya en LA, empecé a estudiar el mundo digital con una profesora que se dedicaba exclusivamente a trabajar con el ordenador.
Se pasaba unas catorce horas al día delante de su pantalla.
Para una novata como yo, resultaba excesiva, me volvía un poco loca, me exigía más de lo que yo era capaz.
Creo que no le entraba en la cabeza que yo pudiera ser tan torpe, ya que tenía una hija que estudiaba en el MIT* y creía firmemente en que en ese santo lugar, conseguirían fabricar ordenadores más inteligentes que los seres humanos.
A mi me empezó a intrigar ese mundo tan sofisticado que desconocía por completo.
Además, por aquella época ya había empezado a ir a la Pepperdine* para mejorar mi inglés y me habían asignado un ordenador personal, aunque solo lo utilizaba para enviar mails a las pocas personas de mi entorno que ya estaban conectadas.

Al mismo tiempo, me di cuenta de que necesitaba tener una web en la que se pudiera ver la obra en la que estaba trabajando en Malibu, que se llamaba Stapling, ya que debido a la escasez de recursos y de espacio, usaba grapas para componer una especie de collages que se llaman non objective Mixed-Media, con cartones de colores.

Como ya tenía bastantes piezas, encargué que metieran mi web personal en una web de artistas cuyo precio no recuerdo, pero imagino que sería razonable.
Todavía se puede ver.
Cuando vi mi mini web con mis cuadros, mi biografía y mi manifiesto de artista a todo color, me emocioné tanto, que decidí que tenía que aprender a hacer mi propia web, porque aunque la alegría que sentía era desbordante, también me daba cuenta de que tenía fallos garrafales.
Este fue mi primer contacto con las maravillas de internet.
Me cautivó.
Así empezó esta relación con la era digital en la que me encuentro tan feliz.



*Instituto Tecnológico de Massachusetts
*Universidad




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