miércoles, 23 de febrero de 2022

CUATRO MIL QUINIENTOS VEINTICINCO

 




Tengo algunos problemas familiares que me impiden concentrarme, por mas que me esfuerce, me distraigo y cometo errores. 

Consigo no estar preocupada sino que acepto lo que tengo en la cabeza y así no lo paso mal, pero soy incapaz de comportarme como un ser humano que está presente en cada momento de su vida.

He aprendido que lo que hacen, dicen o piensan los demás no es asunto mío, no obstante una cosa es saberlo y otra muy distinta llevarlo a la práctica.

En principio sigo trabajando como si todo estuviera en sus sitio pero no lo consigo, incluso físicamente noto que me afecta, me duele la tripa, no sé si tengo frío o calor, intento calmarme y hacer las cosas con orden, sin embargo, me resulta difícil.

Supongo que me sentaría muy bien escribirlo en este diario pero hice la promesa de no hablar de mis hijos y tengo intención de cumplirla hasta que me muera, lo contrario sería una traición y eso va en contra de mis principios.

Bastante indiscreta soy de nacimiento como para no cumplir una promesa.

Hasta tal punto me cuesta callarme lo que me apetece, que cuando alguien me dice que me va a contar algo confidencial, le digo que no me lo diga, no tengo ganas de guardar secretos, me parecen una carga muy pesada, la promesa que hice a mis hijos la considero sagrada, así que intentaré distinguir lo que a mi me pertenece.

En el libro "Escúchate" de Pem Rawat cuenta historias muy interesantes, son analogías y hay una que viene a cuento ahora:


Iban paseando Buda y su discípulo por un pueblo y a veces oían que la gente criticaba a Buda, decían cosas feas sobre él, llegó un momento en que el discípulo se lo dijo:

Maestro ¿No oyes lo que dicen de ti?

Buda sonrió, cogió su cuenco de comida, lo acercó al discípulo y le preguntó:

¿De quién es ese cuenco?

Tuyo.

Lo puso más cerca del discípulo y repitió la pregunta.

El discípulo volvió a decir:

Es tuyo.

Hasta que lo puso ente sus manos y volvió a preguntar:

¿De quién es este cuenco?

El discípulo volvió a decir lo mismo:

Es tuyo señor.

Buda le explicó:

De la misma manera que mi cuenco es mío aunque lo tengas en tus manos, mis pensamientos y mis palabras siguen siendo mías aunque hablen de mi.


De la misma manera que el cuenco le pertenece a Buda, a mi familia pertenece lo que está pasando ahora, no tengo por qué hacerlo mío y permitir que me afecte.

Tengo mucho que aprender, solo la práctica de lo que voy aprendiendo, me hará sabia, la teoría no sirve para nada por sí misma.








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