domingo, 19 de mayo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS SETENTA Y DOS








Ha sido fascinante ver la película Bauhaus a través de la cual he vuelto a la época en que estudiar Bellas Artes era un sueño que no estaba a mi alcance.
No era lo que mis padres me tenían reservado por lo que, sin dejar de pensar en lo que de verdad deseaba, simplemente me casé y adquirí una libertad que me permitió matricularme en la escuela de Bilbao en cuanto se fundó, perteneciendo así a la primera promoción.
No era la Bauhaus pero gracias a ella supe de su existencia y del constructivismo ruso que despertó en mi el sentimiento de pertenecer.
Hasta entonces carecía de referentes directos. 
El cubismo me dejaba indiferente.
Solamente sabía que me identificaba con la pintura y que ser pintora era mi única ambición sin saber cómo ni por qué.

Hace unos años, justo antes de romperme la pierna por segunda vez, estuve en Tel Aviv y me dejé deslumbrar por sus casa blancas, deterioradas y descuidadas, diseñadas por los grandes arquitectos de la Bauhaus, Gropius entre otros que habían recalado allí cuando los nazis alcanzaron el poder.
En el año 2003 la Unesco había declarando a la Ciudad Blanca Patrimonio de la Humanidad “por integrar las tendencias arquitectónicas del Movimiento Moderno en el entorno local”.
La Escuela Bauhaus es a Tel Aviv lo que el modernismo a Barcelona.

Me he emocionado.

Mis sueños no se han cumplido, ya no tengo sueños, no los necesito, he aprendido a aceptar cada momento de mi existencia y agradecer el aquí y ahora como lo que es, el regalo del Creador, por eso se llama el presente.







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