jueves, 9 de mayo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS SESENTA Y SEIS








Parece que existe la falsa creencia de que trabajar en casa no necesita la misma concentración que hacerlo fuera.

En la casa de Las Arenas tenía un pequeño estudio en el ático con una espléndida terraza en donde me aislaba del mundo y de los posibles visitantes.
Le llamaba mi santuario.

Desde que vine a vivir a esta casa he tenido mi estudio en el salón.
Mis hijos lo aceptaron sin rechistar y ahora, aunque me dedico a escribir en el ordenador, ocupo el mismo espacio y nadie protesta, excepto con la decisión que he tomado hace unos días.
Se trata de que me niego a abrir la puerta cuando tocan el timbre. 
Tiene relación con que ya no quiero comprar en Amazon. 
Dado que el cartero y otros habían descubierto que yo siempre estaba en casa y abría la puerta, tocaban el timbre a diario lo que no solo me interrumpía sino que por más que lo hacía saber, no les entraba en la cabeza que me cuesta hacer los movimientos más comunes.
Las pocas personas que me llaman por teléfono ya saben que si tardo en cogerlo significa que estoy ocupada y no insisten demasiado.
Necesito mi tranquilidad para disfrutar de la vida.

Hasta tal punto me perturba el contacto con el mundo exterior cuando no lo he buscado, que también he cancelado el contestador en el teléfono fijo.
Considero que el Guasap es suficiente para mandar un recado.










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