domingo, 5 de mayo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS SESENTA Y TRES








De repente, sin proponérmelo, miro por la ventana y veo un cielo azul espléndido. 
Hace un día estupendo pero he estado tan entretenida en la cocina preparando mis manjares macrobióticos que ni se me ha ocurrido pensar en otra cosa. 
Tengo la suerte de que puedo vivir sin cortinas. Nadie me ve, vivo justo enfrenta del centro comercial Artea por lo que si no quiero que el sol entre en mi casa, no me queda más remedio que bajar las persianas. 
Por fin he aceptado que para ser macrobiótica de verdad no me queda más remedio que cocinar, me he entregado y he descubierto con asombro, que cortar verduras ecológicas recién cogidas de la huerta me resulta encantador. 
Tengo un magnífico cuchillo japonés que no deja títere con cabeza por lo que es una acción que requiere toda mi atención. Aprendí a cortar verduras en Cuisine et Santé, Saint Gaudens, Toulouse, Francia, que como ya he contado en otras ocasiones está considerado como el mejor centro macrobiótico de Europa. 
Dado que fue Ohsawa, maestro japonés, quien introdujo la macrobiótica en París, es lógico que sus discípulo directo René Lévi, fundador del centro, otorgue importancia a la parte estética de las recetas. 
Se supone que cortar las verduras es una especie de meditación. 
Hoy he cocinado más de lo habitual porque mañana tengo Pilates de una a dos y suelo llegar a casa muerta de hambre y lo único que me apetece es comer y echar la siesta. 
He hecho pan Ohsawa, puré de verduras, hamburguesas de arroz integral con cebolleta envueltas en polenta y una ensalada de lechuga, nabo rayado, remolacha encurtida, aceitunas manzanilla y tofu ahumado para compensar el Yang de las hamburguesas. 
Todavía me cuesta equilibrar el Yin y el Yang, todo se andará, no tengo prisa.






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