viernes, 3 de mayo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS SESENTA Y UNO








A medida que experimento los beneficios de la macrobiótica y acepto que es la manera más adecuada de alimentarme, también acato las dificultades que lleva consigo y lo hago con alegría y gratitud.
Lo que en un principio parecía que iba a resultar muy difícil, poco a poco se convierte en un auténtico placer.
Lo mejor de todo es que cada día me encuentro mejor en todos los terrenos y eso contribuye a que mi estado de ánimo esté tan alto, que lo que antes me asustaba ahora me invita a disfrutar. 
Me refiero a tener que cocinar, algo que he detestado durante toda mi vida.
También me encanta ir los sábados al mercado ecológico del Arenal en Bilbao y volver a casa con esas verduras verdes que han sido recogidos de la huerta a las seis de la madrugada, para que vayan directamente a mi puchero.
Admito que mi vida social se ha reducido, lo cual no me preocupa.
¿Para que quiero estar con gente si no me encuentro bien?
Mi fuerza de voluntad se fortalece y mi organismo empieza a funcionar como un reloj.
Poco a poco amplío mis fuentes de aprendizaje y espero que al paso que voy, mis platillos serán deliciosos, aunque sencillos de momento, ya empiezan a tener algo especial, incluso más sabrosos que la comida vasca tradicional.
Hice varios cursos con Paz Bañuelos que además de doctora macrobiótica es una excelente cocinera, tal vez demasiado sofisticada para mi, pero supone una base que sumada a lo que aprendí en Cuisine et Santé de Saint Gaudens, Francia, en donde he pasado temporadas, me sirve para intentar equilibrar el yin y el yang.

De momento lo que me interesa es estudiar, saber los porqués de los alimentos que componen la macrobiótica y seguir, día a día con la certeza de que estoy en el camino correcto para alcanzar una salud de hierro.






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