jueves, 2 de mayo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS SESENTA








Tanto los psiquiatras como los maestros y los sabios, aconsejan que la única manera de ser feliz es no permitir que nos afecte lo que hacen los demás.
Estoy de acuerdo, no me cabe la menor duda de que cuando me importa un comino lo que hacen o dicen las personas de mi entorno, ni siento ni padezco, pero a veces me resulta difícil sobre todo si se trata de gente a la que quiero.
Eso es exactamente lo que me sucede con mi hija Beatriz, con quien por circunstancias del destino, compartimos la casa en la que vivimos.
No recuerdo cuando empezó lo que voy a contar, tal vez cuando empecé a escribir el diario y a publicarlo en mi blog cada día.
Creo que me dijo en un tono suave que preferiría que no hablara de ella y aún así, si lo que contaba requería que la mencionara, lo hacía sin pensar demasiado.
Poco a poco dejó de hablarme y un día, en una performance en Tabakalera, Mattin dijo que yo era tan indiscreta o algo parecido, que mi hija no quería comer conmigo por si acaso al día siguiente contaba lo que ella decía en mi diario.
Eso me aclaró un poco la situación, no obstante el mutismo de Beatriz crecía y llegó un momento en que le pregunté por el motivo y me contestó tranquilamente:

No estoy enfadada, simplemente no quiero socializar contigo.

Lo acepté y comprendí que lo único que tengo que hacer es no permitir que eso me perturbe y lo consigo, pero no siempre.
Me resulta difícil verla entrar y salir de casa con la cabeza ladeada para no decirme hola ni adiós.

También dicen los que se ocupan de esas cosas en un plan más esotérico, que las personas que tengo cerca están ahí para que a través de ellas aprendo algo concreto y luego se van.










No hay comentarios:

Publicar un comentario