sábado, 7 de octubre de 2017

MIL VEINTIUNO








A veces me vienen a mi cabeza momentos de mi vida tan ajenos a mi manera de ser actual, que me asusto.
No tengo reparos para confesar que nací rebelde, mi madre me decía que rompía los lazos de los faldones, y así seguí hasta que, debido a una rígida educación y para evitar males mayores, intenté, durante unos años, ser cariñosa con mi familia, obediente en el colegio y sacar buenas notas, aunque pronto me di cuenta de que los únicos estudios importantes eran los de mis hermanos.
Pero a mi me gustaba aprender y estudiaba bastante.


A pesar de mi timidez, la diversión podía conmigo y una de mis aficiones favoritas era jugar a médicos con el hijo del jardinero, Javiertxu.
Eso sucedía en Santurce, que es donde pasábamos el verano.
Había un escondite detrás del laurel cuyo olor me encantaba y allí hacíamos lo que fuera, no recuerdo los detalles, pero entre la sensación de pecado, la emoción de estar escondidos y el placer que me proporcionaba, lo recuerdo como algo extraordinario.

Algo sucedió que rompió toda la magia de nuestros juegos peligrosos.
Mi madre se enteró y me obligó a confesarme con el abad de San Juan de Dios, que era donde íbamos a misa mayor los domingos.
Me gustaba bastante ir a esa misa, porque había muchos frailes vestidos de rojo con blusones de encaje blanco como en un teatro y con un butafumeiro grande repartían incienso por toda la iglesia, y yo me mareaba bastante, sensación que me resultaba agradable.

Lo que no me gustó nada y se me ha quedado dentro como si me hubiera tragado una lagartija, es que mi madre me hizo ir con ella a la misa y habló con el abad que estaba en el confesionario y al volver, me dijo:

Ya puedes ir, cuéntale todo y así te quedas limpia.

El gran problema, añadido a todo el horror que me producía la situación, fue que el abad estaba sordo y me hacía repetirle, muy alto, casi gritando, todo lo que le contaba.
Fue uno de los peores momentos de mi vida.
Lo pasé fatal.
Supongo que como ya me habían enseñado que venimos a este mundo a sufrir, porque la tierra es un valle de lágrimas, pensaría que ese estilo de asuntos formaban parte de mi misión en la tierra.


















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