jueves, 19 de octubre de 2017

MIL TREINTA Y TRES








Desde que publiqué mi segundo libro “El esfuerzo precede a la satisfacción”, no me preocupé de hablar con la editorial para saber cómo iban las ventas, pero ahora que de repente, bastante gente ha empezado a interesarse y quieren comprarlo, me he puesto en contacto con Fernando, mi editor, que es encantador y me ha explicado cómo funciona el asunto.
Las personas que lo quieren comprar simplemente lo pueden pedir en La casa del Libro, El Corte Inglés, Amazón y otras librerías, todo fácil.
Lo que me ha llamado la atención, ha sido la miseria de dinero que me llega a mi.

Si es digital, 0.98 Euros y en papel 2.98.

Resumiendo, si como artista plástica nunca fui capaz de vivir de mi trabajo ¿qué sería de mí si tuviera que vivir de la escritura?

No me quedaría más remedio que seguir la senda de Thoreau, estudiarme su Walden a conciencia, e internarme en los bosques del país de los vascos.

Doy gracias al cielo cada día de poder vivir en un pisito con calefacción, agua caliente y sobre todo wifi.

He vivido en varios lugares donde las condiciones eran precarias, no obstante era muy feliz, no me quejaba.
Lo malo fue el calor que pasaba en Australia al mediodía.
No encontraba manera de evitarlo.

De todos los lugares donde he estado, el peor sin ninguna duda fue la cárcel de Basauri, menos mal que solo estuve tres días y medio, porque aquello era un infierno.
Solo tenía una cosa que me gustó y es que no tenía que hacer ningún papel, me mostraba tal cual.
Allí no había que estar guapa, ni limpia, ni ser simpática, ni poner buena cara, ni hablar si no te apetecía, aunque yo sí hablaba, sobre todo para intentar distraerme.
Hasta me confesé.

Otro lugar que me dejó mal recuerdo fue Jaca.
Eso sucedió cuando estaba en Proyecto Hombre
Nos llevaron a pasar un fin de semana para distraernos y menos mal que vino mi hijo pequeño conmigo, porque fuimos a un convento de frailes que estaba sucio, olía a demonios y se comía fatal.
Mi hijo no protestaba, pero ni siquiera se desnudaba para meterse en la cama, se tumbaba vestido y allí se quedaba quieto como una momia toda la noche.
Lo pasé muy mal.
Además hacía frío.
Gracias a que yo llevé mi coche y durante el día nos íbamos al hall de un hotel con nuestros libros y nos quedábamos allí calentitos, hasta que llegaba la hora de cenar.

Lo bueno de estar en lugares espantosos, es que al llegar a casa se siente una felicidad inmensa.














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