lunes, 30 de octubre de 2017

MIL CUARENTA Y CINCO








Hay momentos en la vida, casi todos en los que no estoy distraída, que lo único que de verdad me importa, es estar conectada con mi paz interior.
Eso es poesía, la que de verdad me interesa, la que sugiere lo mejor de la vida.

Ayer estuve en un evento, en el que aparte de ver unos videos preciosos, hicimos una especie de juego que no sé como se llama, pero estoy segura de que todas las expresiones que salieron de allí, elevaron mi espíritu.

Los vocablos que se manejaron estaban relacionadas con la alegría, la satisfacción, la plenitud, la calidad, el amor, la raíz, el todo, la iluminación y algunas otras de ese estilo que ahora no recuerdo.

Tal es el poder de la palabra que puede romper hasta las piedras.
Me refiero a los corazones endurecidos.

Una vez que estaba en el gimnasio, en una temporada que hacía culturismo y me cuidaba bastante, cuando ya satisfecha del trabajo realizado, con las endorfinas a flor de piel, me dice un
compañero:

¡Que bien Blanca, ahora que ya estás en plena forma, una jarrillas!

Ni por un momento se me había pasado por la cabeza ir a un bar y mucho menos tomar una cerveza, no obstante, la palabra “jarrillas” me entró de tal manera, que no me quedó más remedio que seguirle la corriente y en vez de ir a mi casa, me fui a un bareto y me tomé unas jarrillas a la salud del que me lo dijo.

Me he encontrado en situaciones parecidas en otras ocasiones, pero la de las jarrillas me sorprendió incluso a mi misma, porque creo que ni conocía el término, pero lo entendí por intuición, pienso.

No solo me dejo engatusar por las palabras, también las voces producen en mi, un efecto singular.

Había un locutor de radio muy famoso, Luis del Olmo, a quien estuve oyendo durante cierto tiempo, porque tenía una voz que me hipnotizaba.
De repente, en un taxi en Madrid, escuché lo que decía prescindiendo de la voz y no me gustó nada.
No me interesó su mentalidad, por lo que desde entonces, procuro estar más atenta al contenido que a la forma.

Me encantaba la voz de Frank Sinatra y también su inglés, entendía todo lo que decía sin esfuerzo, sin embargo después de lo que nos pasó a Cala y a mi cuando le vimos de cerca, La Voz perdió su hechizo.

Estábamos Cala y yo en la piscina del Palais en Biarritz y allí estaba también Frank Sinatra en taparrabos.
Nos pareció una birria.
Tenía dos acompañantes femeninas espectaculares, en traje de baño y stilettos.
¡Que fraude!
Es lo que sucede a veces cuando se ha magnificado a alguien y al tenerle cerca produce el efecto contrario.
Frank Sinatra seguiría teniendo una voz maravillosa, pero al verle en traje de baño, nos defraudó.













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