lunes, 17 de octubre de 2016

SETENTA Y DOS








Presumo de que mi terquedad tiene una parte positiva y es que cuando quiero algo concreto, no cejo en mi empeño hasta conseguirlo.

Tal es mi actual situación.
Hace algún tiempo alguien publicó en FB unas fotos del “Hayedo de Otzarreta” y al verlas, me quedé transpuesta.
Decidí que tenía que verlo en situ, respirar su atmósfera, olerlo, embelesarme con sus colores, dejarme penetrar por su magia.

Investigué en internet y a medida que iba acumulando datos, mi curiosidad e interés, crecían.
Intenté ir yo sola y me pasé de largo en la autopista.
Lo dejé para otro día.

Ayer, domingo, quedé con “Rosa sin espinas” para ir las dos temprano y que nos diera tiempo a todo.
En la palabra “todo” incluyo perderme, porque no tengo GPS y mi amiga ni siquiera sabe mandar un WhatsApp.

Llegamos a Otxandio.
Se suponía que desde allí, estábamos a tiro de piedra.

Preguntamos a los pocos habitantes que vimos por allá y nadie sabía de lo que hablábamos.
Por fin, una señora mayor dijo que le sonaba y nos mandó seguir “palante”.

De repente nos encontramos en Álava y nada de lo que veíamos tenía pinta de ser un hayedo.
Cambiamos el rumbo y aparecimos en Guipúzcoa.
Tratamos de volver hacia atrás y ya estábamos en Vizcaya otra vez.
Todos eso sucedió en instantes.
Varias veces cambiamos de provincia sin darnos cuenta.
Parecía que estábamos en un laberinto o en el cuento de Alicia.

Yo creía que Rosa no tenía espinas pero cuando llega la hora de comer, o come, o le puede salir alguna púa, así que con su dulce voz, me propuso un plan interesante.

Podemos comer en un asador y allí, con calma, nos explicarán lo que tenemos que hacer. 

Me pareció una buena idea.
Nos recomendaron una taberna encantadora en un pueblito pequeño y delicioso que se llamaba Oleta y estaba a lado de Otxandio.

Comimos bien pero nadie sabía nada del famoso hayedo,  que también es conocido como “El bosque encantado”.

Al final, una chica nos dijo que ella no lo conocía, pero estaba segura de que teníamos que ir a Barázar.

Eso hicimos y aunque vimos un bosque de hayas desde la carretera, no encontramos la entrada.

Todavía tengo en mi retina los que vislumbré desde el coche y tanto me atrae, que tengo intención de intentarlo en cuanto tenga la oportunidad.


Vuelvo a recordar una vez más, la frase de Prem Rawat, que tantas veces he experimentado:

“Todas las cosas son difíciles antes de ser fáciles”





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