miércoles, 12 de octubre de 2016

SESENTA Y SIETE








Me interesa la realidad y cuánto más profunda, mejor.
Es lo único que de verdad me interesa en la vida.

Ayer, en la clase de escritura, Sol leyó un cuento muy bonito sobre un niño que tenía tres orejas.
Yo escuchaba absorta, fascinada, lo de las tres orejas no era lo importante, sino el super poder que poseía la tercera orejita que yo imaginaba pequeña, medio escondida detrás de la grande, la normal.
A través de esa oreja, era capaz de oír el pensamiento de las personas que le hablaban, lo cual resultaba misterioso y las más de las veces, decepcionante.

Grande fue mi descontento cuando descubrió que todo era mentira.
Tal vez lo había inventado para impresionar a la mujer que se lo contaba como un gran secreto de familia, a quien supongo no le hizo ninguna gracia haber estado pendiente de un tontolaba, que vivía en las kimbambas.
El cuento estaba muy bien escrito pero el final me defraudó.

Digo e insisto en que la realidad me interesa más que la ficción, porque a lo largo de mi vida he experimentado una y otra vez que la supera.


El caso del niño con tres orejas me recordó a lo que me contó la hermana de un chico al que conozco bastante y siempre me ha llamado la atención, porque exhala felicidad.


Hacía años, en las épocas jipis, este chico ya vivía en Ibiza vendiendo láminas, tal vez sus propios dibujos, no lo recuerdo y una mujer se le acercó con la intención de comprarle algo.
Empezaron a charlar y de pronto, la mujer, sin previo aviso, le retiró el pelo de la oreja y encontró que había un agujero en la cara.
Sin dar tiempo a que el chico reaccionara, le miró el otro lado y encontró otro agujero en perfecta simetría con el primero.

El chico se quedó de piedra.
No entendía lo que estaba pasando, le parecía una osadía pero la mujer, tranquila y amorosa, le preguntó con dulzura:

¿Sabes lo que tienes ahí?

Él dijo que no, que tenía esos agujeros desde que nació y nunca nadie había sabido darle razón.
La mujer le hizo unas cuantas preguntas, a las que él respondió.
Le contó que a veces supuraban un líquido, que les afectaba el frío y el calor, y algunos detallitos sin aparente importancia.
No hubo necesidad de demasiadas explicaciones, ella sabía lo que significaban aquellos agujeros y sin asomo de duda, exclamó:

Lo que tienes es un sentido, o sea que en vez de cinco, tu tienes seis sentidos.
Es algo realmente excepcional, muy poca gente viene a este planeta con seis sentidos, por eso no lo has desarrollado.

Estrella me contó que su hermano siempre se tapaba los agujeros con el pelo, porque no le gustaba hablar del tema, ni que le hicieran preguntas.
Cuando cantaba, tenía la capacidad de llegar al agudo más alto y al grave más bajo, lo cual es excepcional.
Había algo en él que llamaba la atención.

También me dijo que cuando nació tuvo muchas dificultades para acoplarse a la vida, le costaba respirar y comer, pero con sumo cuidado su madre consiguió sacarle adelante y hoy en día no solo está integrado, sino que es una persona feliz.




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