Por arte de birlibirloque, he conseguido que se abra el ordenador y que funcione justo en la página donde quiero escribir el diario.
Tengo tanta suerte que no sé si me la merezco, pero la acepto y la agradezco.
Me han pasado cosas difíciles de solucionar en la vida y sin embargo, por esa suerte que siempre me acompaña, todo ha terminado bien y así espero que siga sucediendo.
A veces me siento desorientada sin saber a donde dirigirme.
En esos casos, sabiendo que todo tiene una solución, me paro, respiro y espero.
Para cuando me doy cuenta, ya he despertado del letargo y me veo haciendo algo que me exige concentración y me procura un deleite inesperado.
Casi nunca me preocupo por nada.
Me consta que preocuparme no sirve para nada.
Lo que cuenta es ir haciendo las cosas, una detrás de otra.
Tengo tendencia a hacer varias cosas a la vez y he comprobado que es un error.
Poco a poco voy aprendiendo a hacer una sola cosa con consciencia y eso me produce, además de satisfacción, orden en mi cabeza.
Me encanta el orden, tanto el mental como el físico y me relaja, pero me cuesta mantenerlo.
Escribir un diario todos los días es una manera de mantener un orden tanto mental como físico.
No cuento todo lo que hago ni todo lo que pasa por mi cabeza, resultaría aburrido para los que lo lean y además me gusta preservar mi intimidad.
Sin embargo, el mero hecho de recordar mis acciones y examinarlas, me ayuda a sustentar ese orden que tanto anhelo.
Sé, por experiencia propia, que se pude vivir dejando de lado lo que se debe hacer, aparentemente no pasa nada pero de repente, pueden aparecer sorpresas inesperadas que resultan desagradables, como encontrar un cepo en el coche por multas impagadas y problemas más gordos que prefiero no recordar.
No deseo vivir de esa manera, prefiero tener mis asuntos al día.
El diario también es un espejo.
Ultimamente a través del diario me encuentro seria.
No es por nada especial, lo achaco al cambio de estación.
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