viernes, 26 de agosto de 2016

VEINTICINCO









Hay algo en mi, que no consigo que se quede tranquilo.
Por más que me esfuerce, si se me ponen las cosas en contra y me veo en una situación de la que no sé cómo salir, me pierdo.
Pierdo el control de mi misma, empezando por el tono de voz.
Llevaba bastante tiempo sin enfadarme, pero ayer me equivoqué.
Me metí en un coche que no era el mío a pesar de saber que se trataba de terreno peligroso y como era de suponer, terminé como el rosario de la aurora.
Menos mal que en cuanto me di cuenta, dije que quería bajarme y pude así volver a mi centro, a ese estado en que me encuentro a gusto.

No soy demasiado social.
Para estar con gente con la que no me entiendo muy bien, tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano, o sea, ser falsa.
Puedo hacerlo, pero me cansa, me aburre y termino poniéndome de mal humor.

No me gusto cuando me enfado.
Incluso me siento mal, tiemblo y tardo en recuperarme.


Luego estuve con Pizca y me desahogué con ella.
Ella no se enfada nunca, pero me entiende.
Es una persona muy evolucionada.
Se da cuenta de todo, pero consigue que las cosas feas no le afecten demasiado.
Tiene una capacidad inmensa para comprender y perdonar.
Yo soy una atolondrada.


En fin, ya pasó.
Creo que estar tantos días sin salir de casa no me sienta bien.
Menos mal que ya pronto termina agosto y empieza la rutina del invierno con las clases de Pilates, escritura, natación, los viajes a Madrid y sobre todo, el lunes me entregarán el coche y eso me dará alas.
No poder andar bien me limita, pero lo que de verdad me limita, soy yo misma y mi propio descontrol.






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