miércoles, 17 de agosto de 2016

DIEZ Y SEIS








¡Que agradables resultan los días de agosto que no son soleados! 

Me gusta la sensación de silencio, cuando desaparece el barullo que se crea con las idas a la playa.
No es que tenga nada en contra de los baños de mar y sus múltiples beneficios, pero noto que excitan.
El campo me tranquiliza, ayuda a la meditación y al recogimiento
Tanto me gusta el monte como la playa, incluso me atrae más la mar, agradezco vivir cerca y poder verla y olerla a diario, el olor del salitre me estimula.
El Cantábrico tiene una fuerza que no he observado en otros mares.
El color plomizo que adopta cuando amenaza galerna, ha sido mi fuente de inspiración durante todos mis años de pintora.
Mi paleta se basa en los colores del Cantábrico.
El Índico resulta idílico pero me deja impertérrita.
El turquesa del Caribe es de cuento, no invita a la aventura.
El agua es demasiado caliente, no me tonifica.
Los baños en las calas del Mediterráneo me fascinan tanto, que quisiera quedarme allí para siempre.

Las playas de Australia me gustan y me asustan.
Estuve en una playa tan salvaje, que pensé que estaría exactamente igual cuando llegó el capitán Cook.
No había nadie, no me atreví a meterme en el agua.
¡Que valientes y curiosos tenían que ser aquellos viajeros!

Yo misma, cuando era pequeña me bañaba en alta mar con mi padre y mis hermanos y todos estábamos tan tranquilos, no se nos ocurría que pudiera haber tiburones.
Ahora no solo hay tiburones, sino ballenas y delfines.
Aunque no sean agresivos, no me haría gracia encontrarme con uno de esos, mientras estoy nadando plácidamente.

Una vez en isla Mauricio, di una vuelta en un submarino para hacer turismo y me aburrí tanto, que cuando me dieron una hoja para escribir lo que me había parecido el paseo por debajo del mar, creo que puse la verdad porque el capitán vino a preguntarme a ver qué me había pasado y simplemente le dije que nada. 
No podía comprender que no hubiera disfrutado de un fondo marino preparado con barcos hundidos, a los que se acercaban los peces sin interés.
Además, me horroriza la idea de estar metida en un submarino.


Cuando era pequeña mi hermano Gabriel me llevó a ver un submarino de verdad, al que dejaban entrar, estaba atracado en Portugalete y me pareció espantoso que pudieran vivir allí tantos hombres juntos, sin camarotes, durmiendo en literas apretujadas, me impresionó tanto que se me quedó grabado.





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