jueves, 5 de diciembre de 2019

DOS MIL NOVECIENTOS OCHENTA Y CUATRO







Me pregunto por qué me afecta tanto hablar de hematología y las enfermedades que pertenecen a ese terreno.
En el salón de quimioterapia del hospital, suelo entablar conversación con las personas que están cerca de mí y me cuentan sus experiencias, que escucho con interés, tal vez demasiado porque luego, cuando me quedo sola, aunque por un lado estoy encantada de saber que tengo suerte, me entran los miedos a las recaídas o cosas por el estilo.
No creo en las bondades de la ignorancia de ningún tipo, no quiero estar en la inopia, prefiero saber a pesar de que me cueste asimilar lo que voy aprendiendo.
Cuando me ingresaron en el hospital y me diagnosticaron leucemia me pequé un susto morrocotudo sin saber en qué consistía, excepto que el tenor Josep Carreras la tuvo hace tiempo y había organizado una fundación a la que me he asociado.
Entre otros asuntos no menos interesantes, me he enterado de que en el hospital de Cruces, el mío, ya están funcionando dos máquinas de radio de las que donó Amancio Ortega, que son una maravilla.
Tienen la ventaja respecto a las anteriores de que solo radian el área necesaria.






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