viernes, 13 de diciembre de 2019

DOS MIL NOVECIENTOS NOVENTA Y UNO








Una de las cosas más difíciles y satisfactorias, es deshacerme de todo lo que no me sirve.
Me cuesta muchísimo tirar las cosas que no utilizo desde hace tiempo, me lo pienso durante semanas, meses, años y cuando por fin, casi temblando por el temor a equivocarme, tomo la decisión, siento un gran alivio.
Después, al ver el espacio vacío dejado por lo que ya no necesito, me noto ligera, alegre, con ganas de seguir en el proceso.
Ahora que llevo una temporada deshaciéndome de algo cada día, o por lo menos cambiándolo de sitio para seguir dando vueltas a la idea ¿lo tiro o lo guardo porque tal vez algún día lo necesite? todo se va revolucionando.
Todavía no tengo la sensación de orden sino más bien lo contrario, no obstante me consta que estoy avanzando.
Incluso me he metido en la terraza de servicio, de donde he tirado cubiertos de alpaca que me regalaron cuando me casé, una cafetera exprés del año de la polka y más cosas que ya no recuerdo.
No tengo grandes esperanzas de que la casa quede a mi gusto, eso es imposible porque a mis hijos les gusta acumular y no me queda más remedio que respetarles, sin embargo los espacios en los que yo me muevo acabarán un poco mejor.
Mi fuente de inspiración es por encima de todo Japón, en donde se cultiva el minimalismo extremo, cuyo gurú es Fumio Sasaki de cuyo apartamento en Tokio, sus amigos dicen que parece una sala de interrogatorios.
Budismo Zen: menos es más.






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