viernes, 29 de septiembre de 2017

MIL CATORCE








Tras darle bastantes vueltas al asunto y pasar por diferentes estados de ánimo, en relación a ciertas dudas y confusiones que me provocó la prohibición de que mencionara a mis hijos en los textos, he llegado a una conclusión gloriosa, que me ha colmado de alegría y libertad.

He tenido una especie de pequeña revelación, en la que me ha venido a la cabeza que cuando mis amigas me hablan de sus hijos, me suelo aburrir bastante.
Las escucho por educación y porque sé que para ellas es un tema importante, pero la verdad es que rara vez me cuentan algo que me sorprenda o me llame la atención.
Casi todos los hijos y las relaciones con sus padres son parecidas.
Como tema de conversación no resulta ameno.

Así que me he quitado un peso de encima o tal vez dos:

Por un lado, dejo de pensar en ese tema y voy a tener que discurrir más para escribir mi diario.
Sabiendo como sé por experiencia, que las madres que hablan de hijos no me divierten nada, me obligaré a estar más en contacto conmigo misma, que es de donde procede el verdadero interés de un ser humano.

Además, se me limpia esa especie de duda velada que me hacía pensar que no se fiaban de mi, lo cual es verdad.
No se fían, ni falta que hace porque yo no soy persona de confianza.
No quiero guardar secretos, pesan demasiado.

Si alguien me dice:

¿Quieres que te cuente algo que te puede divertir?

Si, claro.

Pero tienes que prometerme que no se lo vas a decir a nadie.

¡Ah! no, entonces no, ni soñar, no me interesa.

Generalmente insisten porque tienen tantas ganas de compartir algo que suele ser gracioso, que están deseando contarlo, pero ahí me pongo dura.

No, no no, ni se te ocurra, a mi no me cuentes nada que yo no pueda contarlo, ni hablar del peluquín.

Y esto ocurre una y otra vez.
Si por casualidad me cuentan algo que yo considero demasiado personal, me lo callo por deferencia, pero prefiero no saber intimidades.

Las intimidades también suelen ser aburridas al final, asuntos de pareja, familia, enfermedades, enfados, no quiero saber nada.

Prefiero hablar de la importancia de ser políglota y que mientras el alemán se hace más sofisticado, el inglés lo reduce.
Y así puedo llevar la conversación hacía Federico Krutwig que me interesa mucho.






















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