miércoles, 27 de septiembre de 2017

MIL DOCE









Ayer estuve charlando con una compañera que está volviendo a leer el libro de Virginia Wolf “Una habitación propia” y hasta tal punto le había tocado algún punto de su ser, que se empezó a cuestionar la necesidad de tener un espacio propio.
No profundizamos demasiado, porque la conversación se desarrollaba paseando, pero fue lo suficiente para que yo me diera cuenta, una vez más, de todo lo que he luchado para conseguir vivir como vivo, es decir, haciendo lo que quiero sin dar explicaciones a nadie.
No ha sido fácil llegar hasta aquí.
Tuve que poner mi vida por delante.
Enfrentarme a los que tenía alrededor excepto a mis hijos, que siempre me han aceptado como soy.
Eso ha sido estupendo, porque me habría dolido tener que pelear con ellos, les quiero demasiado, pero a mi me quiero más.

Cuando me casé no sabía nada de la vida, y entre mi propia ignorancia y la ceguera que me produjo el primer amor, ni se me pasaba por la imaginación pensar que, además de pintar y vivir con el que era mi marido, tuviera otras necesidades.
Pero poco a poco fui descubriendo que no estaba contenta, que casi siempre estaba nerviosa, que ni siquiera sabía lo que quería, hasta que me di cuenta de que mi vida no la había elegido conscientemente, por lo que lo primero que tuve que hacer fue separarme y empezar a vivir a mi manera.

Ahí empezó una etapa de mi vida en la que también cometí equivocaciones, pero por lo menos eran provocadas por mi misma, no por estar pendiente de un ser humano que tenía diferentes gustos a los míos.

Pasé unos años difíciles y pronto descubrí lo que significa ser responsable de mis actos.
Maduré.

Desde entonces he ido afinando la selección de lo que deseo y cada vez me equivoco menos.

Ayer, sin ir más lejos tuve que ir a Bilbao para un asunto de la ortopedia y pensé en acercarme al museo del parque a ver la exposición de Koplovich y de repente, me di cuenta de que no me apetecía nada ver cuadros mezclados de tantas épocas diferentes, por lo que volví a mi casa que es donde mejor me encuentro.

El placer de llegar a casa es inmenso.
Salgo a la calle porque hay ciertas cosas que así lo requieren pero la vida social se acabó para mi.
No voy a bodas ni a fiestas ni a funerales ni a bares.

Lo único que de verdad me gusta es ir a comer a un buen restorán, con una persona con quien tenga mucha confianza, y que a ambos nos guste charlar, comer y beber.
Ese plan me encanta.















No hay comentarios:

Publicar un comentario