sábado, 23 de septiembre de 2017

MIL OCHO









Mi vocación de ermitaña se hace más evidente a medida que veo lo que sucede en el mundo exterior.
Considero que son performances, que no hay que tomarlas en serio.
Todo es temporal.
Va y viene, empieza y acaba, nada es real.
La realidad está dentro de cada ser humano y es permanente.
Solo me interesa lo real.

Ya sé que todos tenemos defectos y virtudes, grandezas y miserias y dos lobos dentro.
Nuestra evolución y conducta depende del lobo al que alimentemos.
Por mucho que intento estar tranquila y no dejarme llevar por lo que me dicta el ego, a menudo caigo en el enfado, en la duda, y en el miedo y eso hace que no me encuentre a gusto conmigo misma.

En esos momentos solo tengo que parar, frenar las riendas de mis desbocados caballos, respirar y volver a mi centro que es el lugar en donde encuentro la paz y el sosiego.

No me extraña que Tulsidas*, cuando se enteró de que todo lo que se ve con los ojos es ilusión, se los arrancara.
Una cosa es que no me extrañe y otra diferente, que no tengo intención de copiarle.

No obstante, sí pienso que el mundo está muy falto de amor y de conocimiento.
No me gusta la violencia, las guerras, el amor exagerado al dinero, la desigualdad de los seres humanos, las mentiras e injusticias, el maltrato a la mujer, la prepotencia de los hombres, el machismo y todos los comportamientos que dificultan la convivencia.

Por lo menos tengo claro lo que quiero: vivir en paz.
Disfrutar de una paz interior constante.
Enfocarme en esa paz y poner todo mi esfuerzo en mantenerla.
Ese es mi deber y mi empeño.
A esa paz que siempre está dentro de mí, la llamo mi ermita.






* Tulsidas, poeta, filósofo, compositor y autor del Ramacharitamanasa, un poema épico dedicado al dios hindú Rāma









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