lunes, 29 de marzo de 2021

CUATRO MIL DOSCIENTOS SESENTA Y SIETE

 




Cuando murió mi madre y mis hermanos se ocuparon de hacer los trámites de la herencia yo no me encontraba bien, me habían operado de la pierna y el fémur no se soldaba, por lo que mi estado de ánimo no estaba precisamente alto, aunque no fue el hecho de que mi madre muriera lo que me afectó, sino todo lo contrario, tenía tantas ganas de morirse que cuando tras varios meses de agonía nos dejó, me alegré, era duro verla en ese estado, cada vez que me acercaba a ella y lo preguntaba:

¿Qué quieres mamá?

Ella contestaba:

Morirme

Había cumplido noventa y nueve años en marzo y murió en mayo.

En navidad todavía se levantaba aunque decidió que no iba a celebrarla, lo cual en ella era algo excepcional ya que cumplía todas las formalidades de rigor, aunque a veces estuviera agotada, tenía una voluntad de hierro y superaba todos los obstáculos poniendo al mal tiempo buena cara.

Tuvo una vida dura, se quedó huérfana de madre muy joven, lo que le obligó a ocuparse de su padre, hermanos pequeños y llevar la casa puesto que era la mayor, a partir de ahí no hizo más que trabajar el resto de su vida.

No voy a seguir hablando de ella, ya lo he hecho en otras ocasiones, lo que hoy quiero escribir es el motivo que me impulsó a tomar la decisión de vender mi humilde pinacoteca.

Terminaron las reuniones que tuvimos con el notario y al comprobar lo difícil que son las herencias, decidí hablar con él ya que de todas mis posesiones, de lo único que me interesaba ocuparme era de mis cuadros, tanto los pintados por mi como los que había ido adquiriendo a lo largo de la vida haciendo intercambio con mis amigos artistas.

Le llamé por teléfono, me citó a una hora determinada y le hablé de mi caso. 

Antes de esa reunión, mis hijos me habían dicho que no estaban interesados en mis cuadros, por lo que el notario me recomendó que me deshiciera de ellos antes de morirme, solo Mattin me dijo que no quería que vendiera sus retratos.

No volví a pensar en ese tema hasta que llegó el confinamiento.

Había pasado el tiempo, ya estaba mejor de la leucemia y aunque todavía no me encontraba bien del todo, al estar todoel día en casa pensaba en ordenar mis cosas y sobre todo, lo que más me apetecía era liquidar el tema de los cuadros por lo que llamé a los de Subastas Bilbao, que ya en otras ocasiones habían vendido obra mía y aunque con ellos no se gana mucho dinero, por lo menos me queda la tranquilidad de que estarán en buenas manos. 

Mi decisión era radical.

Así que los hermanos Germán y Álvaro vinieron a casa y les conté que mi plan consistía en deshacerme de todos los óleos, grabados, dibujos, collages, libros de artista, esculturas, fotos, tanto míos como de los demás. 

Les pareció muy bien la idea, eligieron unos cuantos cuadros para la siguiente subasta y desde entonces vienen cada dos o tres meses más o menos y se llevan lo que les parece oportuno.

Debido a mi estado de salud que es más bien débil, yo no me ocupo de nada, ellos ponen los precios y si tienen algún desperfecto lo reparan.

Me pagan puntualmente y se ponen muy contentos cuando los clientes luchan por conseguir alguna pieza determinada.

Me puse muy contenta cuando me contaron que el museo San Telmo de San Sebastián había comprado el Homenaje a Daniel Buren, que consta de cuatro cuadros que deben de estar siempre juntos y una Herida.





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