Sigo leyendo a Karl Ove Knausgard aunque hay momentos, en que me dan ganas de cerrar el libro y empezar por fin con Emmanuel Carrère que tanto me apetece, pero de repente vuelve a hablar de la academia de Escritura y sigue contando el modo en que se desarrollan las clases, la claridad del método, las críticas de profesores y alumnos, los plagios, las ideas que se copian disimuladamente, las inseguridades que surgen entre los alumnos sobre el talento para ser escritor y siento que en ese mundo estoy más sincronizada que cuando salen a tomar copas y a ligar, como si fuera tan fácil, por lo que sigo imbuida en el mundo de Karl Ove e incluso leo las entrevistas que le hacen y casi le defiendo cuando Unai Aranzadi, periodista vasco instalado en Suecia, le critica porque cree que ahora intenta hacer ensayo y no lo consigue.
Estuve viendo la gala de los Goya y por primera vez en todos los años que he intentado verla la pude disfrutar un poco, más que nada porque me pareció que Antonio Banderas estuvo soberbio, discreto, sin pretensiones y en su puesto, sigo pensando que todavía tenemos mucho que aprender en cuanto a las relaciones públicas, encuentro que somos muy pueblerinos y no tenemos en cuenta lo aburrido que resultan los agradecimientos en público, también los americanos lo hacen cuando reciben los Oscar, pero como hablan en inglés se nota menos o por lo menos yo lo noto menos, tal vez seamos demasiado expresivos, resulta poco elegante, yo misma me avergüenzo de mis propios excesos, a ver si viéndome reflejada en los demás aprendo a ser discreta.
Por lo demás la vida sigue, el tiempo apacigua los disgustos y poco a poco, como si hubiera una fuerza superior que nos empuja dulcemente, nos hiciera seguir y cada día volvemos a nuestras tareas, sintiendo que algo muy fuerte nos ha vapuleado y nos ha enseñado a ser humildes, a aceptar lo que viene, es ahí donde radica el secreto de la sabiduría, un poco de humildad y agradecimiento.
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