martes, 9 de marzo de 2021

CUATRO MIL DOSCIENTOS CINCUENTA Y SEIS

 




Sabía que tenía que hacer el esfuerzo de ver Nevenka aunque me aterraba la idea de pasar un mal rato. 

He hecho lo correcto, considero que es un deber, es imprescindible ver esa serie de tres capítulos basada en un caso real que recuerdo vagamente y que en un documental me ayuda a verme reflejada en el espejo de algunos momentos parecidos a los que atravesó Nevenka.

Mis casos de acoso no han sido de tanta magnitud, no obstante me he sentido identificada con la frase que le dice un amigo que oye un mensaje telefónico del acosador:

No te habla como un jefe sino como un amo (sic).

En menor escala también sufrí el acoso de una mujer, no sexual sino reivindicando una amistad que mantuvimos en el colegio cuando éramos adolescentes, aseguro que resultó muy desagradable. 

Aún hoy en día cuando menos lo espero, me envía un poema dedicado.

Los otros acosos, de los que no puedo hablar, me han enseñado a evitar el peligro.

Sabiendo lo desagradable que resulta encontrarse en una situación en la que me quedo tan paralizada como Nevenka, es mejor no meterme en berenjenales, eso es fácil decirlo ahora, a mi edad y en mis circunstancias, más difícil es hacerlo siendo joven, ignorante y menos valiente.

La historia de Nevenka me ha recordado una experiencia que tuve en India hace muchos años, estaba en el Ashram de Aurobido, había pasado unas semanas de austeridad, comida vegetariana, meditación y poco más y tuve una especie de sueño sin estar dormida, pasaban por mi cabeza todas o muchas de las situaciones que me habían resultado incómodas a lo largo de mi vida y me quedaba paralizada paralizada como le ocurría a Nevenka.

Ahí estaba lo esencial, con una claridad deslumbrante, tuve claro que lo que tenía que hacer en esos casos, era marcharme sin dar explicaciones. 

Aprendí la lección, desde entonces lo he hecho en algunas ocasiones y no ha pasado nada, simplemente cuando noto es sensación que reconozco, desaparezco.

Al principio me costaba hacerlo, la gente con la que trato no está acostumbrada a lo que consideran desplantes o irse a la francesa, a veces me lo reprochaban cuando me veían después, pero no hacía caso ni daba explicaciones y creo que ya lo dan por hecho, nada ni nadie me obliga a aguantar una situación que no me resulte agradable.

La mayoría de las cosas que se hacen solo son difíciles al principio, luego te vas acostumbrando y ves que nunca pasa nada, una gozada.

Ser educada está bien y es necesario para la convivencia, no obstante a la primera persona que debo respetar es a mí misma.

Lo bueno de ser mayor no es solo que nadie me acosa sino que tampoco me siento obligada a ser demasiado educada, eso sería mi desgracia.





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