Estoy siguiendo el tema de Rocío Carrasco con verdadero interés, considero que gracias a su testimonio están saliendo a la luz muchos comportamientos machistas que se esconden por principio, porque vivimos en un país en el que desde un punto de vista cultural estamos retrasados en muchos aspectos y ese es uno de ellos.
Ayer, sin ir más lejos, me contaba un mujer que su hermano le había dado un azote al niño de nueve años, lo cual me hace recordar todo lo que he aprendido yo a través de Mattin y Lisa sobre cómo en Suecia, ya en el año 1979 se castigó el maltrato corporal a los niños, de lo que se deduce que una generación de niños no lo ha experimentado.
En Suecia la convención de los derechos del niño es ley.
Recuerdo cuanto agradecimiento sentía yo al ser consciente de que mi nieta vivía en un país en el que el respeto a la infancia es una prioridad absoluta.
Me parece muy importante que, gracias a la valentía de una mujer que ha tocado fondo, los políticos se estén involucrando sin temor a ser criticados.
La historia de Rocío Carrasco va mucho más allá de ser un tema del corazón, es un asunto que muestra la vulnerabilidad de la mujer y gracias a ella han empezado a hablar tanto hombres como mujeres que se ocupan de la violencia de género y hasta ahora se limitaban a escuchar los testimonios que les contaban en la intimidad de los despachos, no obstante, de cara a la galería solo se cantaban las glorias del matrimonio, la maternidad y las familias felices.
Leo casi a diario lo que Irene Montero dice en el congreso y aplaudo la claridad con la que defiende a la mujer que sufre el maltrato.
Conozco a más de una mujer que no se separa por temor a que los hijos sufran las consecuencias de una familia rota, la alienación parental y las consecuencias que se derivan de un divorcio, tendríamos que leer más, escuchar lo que dicen los que saben, los que realmente han profundizado en el tema.
No soy profesional en esos temas, solo me guía mi propia experiencia y el sentido común.
Espero y deseo que la acción de Rocío despierte las cabezas de los que todavía viven encerrados en la cerrazón española nutrida por la tradición, la iglesia católica y sus derivados.
Tengo la sensación cavernícola y siento que necesitamos que nos quiten una gran piedra que tapa la entrada de aire puro en nuestras vidas.
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