sábado, 7 de octubre de 2023

CINCO MIL DIEZ Y SIETE

 




He estado fuera dos noches y dos días por causas ajenas a mi voluntad, pero necesarias.

El jueves dia cuatro por la mañana fui a la cocina para prepararme el desayuno y tontamente me caí en la cocina que tiene un suelo duro, con la mala suerte que me rompí la muñeca izquierda, cúbito y radio, con una heridita, además de hacerme un pequeño corte en la frente.

Estaba sola en casa y era incapaz de ponerme de pié, así que arrastrándome como pude, llegué al salón, donde tenía el móvil, llamé a mis hijos mayores y me tomé un paracetamol con agua y respiré. 

Lo peor ya había pasado, empezaba la segunda parte.

Como he prometido no hablar de mis hijos, me limitaré al recorrido, pero sí quiero decir que se han portado muy bien conmigo.

Hospital de Cruces, en donde me escayolaron y me dejó de doler, no obstante ahí empezó la tercera parte, que me pilló de sorpresa:

Ya me encontraba feliz y contenta pensando que lo peor había pasado, un doctor chileno, pequeño pero matón, me refiero a que tenía mucha seguridad en sí mismo, me dijo que tenía que hacerme el preparatorio porque al día siguiente me iban a operar en el hospital de Urduliz, que es el que me corresponde por vivir en GETXO, no hay más que hablar.

Me hicieron todo lo que se hace para una pre operación y ya de noche llegamos a Urduliz, me meten en un box y me dicen que casi seguro el sábado por la mañana me operarán, así que dormí, me despertaron y me llevaron a un quirófano fantástico, super moderno con todos las cirujanas vestidas de azul marino que es muy precioso.

No me enteré, me anestesiaron y después me sedaron y me desperté en mi cama, evité el paso de la camilla a la cama a través de un plano de metal desagradable.

Mw desperté mientras alguien, me ponía calcetines en los pies, no sé lo que era, luego me los quitaron.

Me llevaron a un cuarto en el que pasé un día agradable y hoy me han dado el alta y he venido a casa en donde estaba deseando sentarme delante del ordenador para escribir con un dedo mi última aventura.

Soy una precipitada, lo he sido siempre.

La primera vez que me precipité fue al casarme con diecinueve años, hay que ser imbécil y mi madre no se atrevió a prohibírmelo porque ella había hecho lo mismo.

He llegado a la conclusión definitiva de que dejarse llevar por los nervios es el infierno y la tranquilidad es el cielo.

He pedido por favor a los que me rodean que cuando me noten nerviosa me lo digan, lo agradeceré.




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