domingo, 4 de junio de 2017

DOSCIENTOS NOVENTA Y NUEVE







La única manera de saber lo que tengo que hacer, es escuchando a mi corazón.
Los cambios en mi entorno son constantes y parece mentira que habiendo sido así toda mi vida, todavía me cueste adaptarme.
He llevado al aeropuerto a Mattin y tenemos en casa a la niña, que es como un hada.
No solo es hija única y nieta única por ambos lados, sino que además, es muy creativa.
Sabe estar sola, inventa sus juegos y no le gusta que la interrumpan.
He entrado en su cuarto para coger algo y me ha dicho:

Abuela, no puedo concentrarme.

Estaba poniendo rulos a una cabeza de muñeca que le regalaron la última vez que estuvo aquí.
Es muy presumida.
Se viste sola, se pinta los labios y las uñas y se cambia de peinado a menudo.
Le compré un vestido de flamenca en Madrid, rojo con motas negras y zapatos a juego con tacón y se lo pone en Berlín para las fiestas y las inauguraciones.
Me gustaría sentirme tan libre como ella.
He de confesar que no me atrevería a presentarme en una inauguración en el Guggenheim vestida de flamenca, aunque me apeteciera.

Hace tiempo fui a una fiesta de disfraces en el Café a Gogó de Neguri, vestida de mujer árabe con un burka.
Organicé el disfraz con un traje negro que me habían hecho a medida en Delhi, pantalón abombachado y el vestido largo estilo Punjabi.
La tela que se usa como chal en India, la convertí en burka, poniendo un trozo de bordado negro en la parte de los ojos para poder ver algo.
Las mujeres árabes no enseñan nada de piel, ni en los tobillos ni en las manos, van cubiertas enteras.

En el momento en que entré en el bar, se hizo un silencio sepulcral.
Algunas personas cuchicheaban.

¿Quien es?
No tengo ni idea.

Al pedir una copa, la camarera se dio cuenta de que era yo, pero le dije que no se lo dijera a nadie.
Mi presencia causó revuelo, no ruidoso sino todo lo contrario.
Pararon las conversaciones y me miraban con auténtica curiosidad.
Un asiduo del bar se acercó a mi, me miró de arriba abajo, necesitaba saber, se agachó para inspeccionar el tamaño de mis zapatos para distinguir si era hombre o mujer, iba diciendo en alto sus pensamientos y se puso tan nervioso que trató de levantarme el burka, por lo que me marché.
Fue una experiencia bastante significativa.
No lo he vuelto a hacer.


Nunca me había sentido tan mirada ni deseada.






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