viernes, 4 de septiembre de 2015

Libertad aunque me equivoque









Antes, mucho antes de plantearme tener hijos, ya había grabado un pensamiento en mi cabeza:

Educaré a mis hijos justo al contrario de como me han educado a mi, es decir en plena libertad.

Así lo hice.
Intenté enseñarles maneras para que supieran comportarse sin molestar a nadie, sobretodo sin molestarme a mi.
Respecto a lo demás, siempre he creído que se nace sabiendo.
Soy de la teoría de que lo mejor es aprender de los propios errores.
Pienso que las personas tenemos un mecanismo que nos impulsa a espabilar cuando queremos algo pero si nos dan todo hecho, lo aceptamos encantados.
A mi me tuvieron en una jaula de oro hasta los trece años en que me llevaron interna a Madrid.
Hasta entonces nunca me había preocupado de nada.
Tampoco en el colegio tenía que ocuparme de nada excepto de los viajes y de las clases particulares de pintura es decir, de lo que me hacía feliz.
Desde muy pequeña tenía que comprar los billetes de avión, coger autobuses y tomar decisiones cuando estaba fuera de casa.
No me costó nada de nada.
Aprendí en segundos.
Respecto a lo demás me mantenían al margen y yo me dejaba.
Resultaba cómodo vivir en Babia.
Me di cuenta de que me habían inoculado una ideología religiosa, política y social sin dejarme ni siquiera plantearme que había otras posibilidades.
Me aseguraron que había buenos y malos, que había cielo e infierno, que casi todo lo apetecible era pecado y muchas más cosas por el estilo que no eran discutibles.
Cuando nacieron mis hijos, estaba tan ocupada que casi no tenía tiempo de pensar por mi misma hasta que empecé a estudiar BBAA y entonces mi cabeza empezó a funcionar pero pronto me metí en drogas y eso requiere un esfuerzo continuo para conseguir estar siempre abastecida.
Sin embargo, a pesar de todas las distracciones, siempre tuve muy claro cómo quería educar a mis hijos para que no crecieran tarados como yo y así lo hice.
Les mandé a colegios laicos y nunca les forcé a estudiar.
Su padre daba mucha importancia a los estudios y a los deportes.
Yo, poca o ninguna.
Lo único que me importaba era que estuvieran sanos y contentos, que fueran felices.
Beatriz solía levantarse muy temprano para estudiar y no me hacía ninguna gracia.
Le decía:

No estudies tanto Beatriz, tienes que dormir.

No me hacía caso.
Jaime no daba problemas.
Se llevaban muy bien los tres.
Un día mi hijo Carlos, que era el pequeño de los mayores, me dijo:

Mamá, no quiero ir al colegio.
No me gustan las conversaciones que tienen en el autobús, gritan y se pegan.
No me siento bien.

Decidí que se quedara en casa.
A su padre le decía que estaba enfermo.
En casa estaba contento.
Era una persona muy especial, inteligente, sensible y muy valiente.
Todos le queríamos y le respetábamos.
Parecía mentira que siendo tan joven tuviera tanto carisma.
De repente me dijo:

Mamá, enséñame a leer.

Me pareció lo más fácil del mundo.

Bien, ven aquí.

Con un papel y un lápiz, sin libro ni método, le enseñé las vocales y como se pronunciaban cuando ponía delante una consonante y en cinco minutos ya sabía leer.

Ya más tarde, al nacer mi hijo el pequeño, no estaba mi exmarido o sea que pude poner en práctica sin problemas mi concepto de libertad.
Sus desastres escolares eran apoteósicos pero a mi no me preocupaban porque le veía tan contento, tan despierto, tan seguro de si mismo, que comprendía que lo que le enseñaban en el colegio le pareciera aburridísimo.
Un día me llamaron para tener una reunión con los profesores y me dijeron que estaban muy preocupados con él porque se abstraía en las clases, no se concentraba.
Cada profesor hablaba criticándole.
No me pareció consistente lo que decían.
Ni siquiera el castellano que utilizaban era correcto.
Les dejé hablar y cuando expusieron sus preocupaciones, yo dije lo que pensaba:

Tiene intereses diversos que desarrolla con habilidad.
Lee a Nietzsche.
Toma clases de guitarra.
Escucha música.
Tiene amigos.
Pinta.
Modela.
Conversa.
Hace skate.
Juega muy bien al golf.
Le gusta el cine.
Le interesa el arte.
Es cariñoso conmigo.
En definitiva, mi hijo es un hombre del Renacimiento.

Me levanté, agradecí su interés y me marché.
Nunca volví.


No hay comentarios:

Publicar un comentario