domingo, 13 de septiembre de 2015

¿Casualidad o brujería?










Mi madre era una mujer extraordinaria.
Nada en ella era corriente o pequeño, tanto su vida como su carácter eran extremos.
No es que ella buscara lo extraordinario, simplemente sucedía.
Intentaba hacer todo bien, a poder ser mejor que bien y casi siempre lo conseguía.
Tenía una fuerza de voluntad sorprendente y en su vocabulario no existía la frase “no puedo” sino todo lo contrario.
Le gustaba decir, cuando se presentaba la ocasión que “querer es poder”.

Un día estábamos charlando tranquilamente mientras ella hacía punto y me contó que había estado mirando los papeles del banco de Bilbao y le extrañaba que le hubieran adjudicado cuatrocientos setenta y dos euros con setenta céntimos, que no le pertenecían.
Estaba segura de que ese dinero no era suyo.
A pesar de tener una edad considerable nunca perdió la cabeza.
Creo que en los últimos años estaba todavía más lúcida, lo cual le causaba cierto pesar porque se daba cuenta de que su cuerpo se deterioraba a un ritmo vertiginoso que le impedía seguir a su pensamiento.
Aunque le costaba moverse, hizo el esfuerzo de ir al banco, aguantó la cola y al llegar a la ventanilla explicó lo sucedido a la persona que le atendía.
No le hizo demasiado caso, asegurándole que el banco nunca se equivoca.
Mi madre no tuvo más remedio que volver a su casa con las orejas gachas y la certeza absoluta de que ella estaba en lo cierto.
Le gustaban las cuentas claras.
No le hacía gracia que pensaran que había perdido la cabeza o que se había confundido, ya que daba mucha importancia a tener la razón.
Pasó el tiempo y un domingo por la mañana que era cuando yo solía visitarle, al quedarnos solas, le noté que estaba de muy buen humor.
Se veía que tenía ganas de hablar.
Me dijo:

Blanca, te voy a contar una cosas divertidísima.
¿Te acuerdas de aquello que te conté, que me habían puesto un dinero que no era mío en la cuenta del banco de Bilbao?

Si, claro que me acuerdo.

Contesté enseguida.

Fíjate que gracioso lo que ha pasado.
Como no me había quedado tranquila cuando me dijeron que el banco nunca se equivoca, decidí volver a protestar porque quería aclarar el asunto.
Pues bien, estaba en la cola tan tranquila y ya le estaban atendiendo al señor que estaba delante de mi.
De repente, levanta la voz y le oigo que dice en un tono crispado:
Estoy seguro, segurísimo de que han sacado de mi cuenta cuatrocientos setenta y dos euros con setenta céntimos.
Lo sé perfectamente y no me diga que el banco no se equivoca porque yo llevo mis cuentas al milímetro.

Al oir esto, mi madre se acercó a la ventanilla y dijo:

Esa es exactamente la cantidad de dinero que han depositado en mi cuenta y no me pertenece.
He intentado devolverlo y no me lo han permitido.
Por fin verán que yo tenía la razón.

El de la ventanilla tuvo que reconocer que el banco se había equivocado, se disculpó ante los dos y puso en orden ambas cuentas.
El propietario del dinero agradeció el gesto a mi madre y ésta se fue a su casa tan contenta, sabiendo que había hecho bien las cosas una vez más..

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