jueves, 24 de septiembre de 2015

Un domingo excepcional










Ha salido un día tan maravilloso en este otoño aturdido por los negacionistas del cambio climático, que he decidido hacer algo especial.
He llamado a mi amiga Rosa sin espinas, para ver si le convenía que la visitara.
Ella vive en el paisaje castellano, a los pies de un macizo imponente que en su día, hace millones de años, era un precipicio que daba al mar.
Se llama la peña de la Madalena.
Impresiona pensar que en plena provincia de Burgos, todo estaba tapado por el océano Atlántico.
Cuesta creerlo pero es verdad.
Y se nota.
Hay algo especial en ese aire puro de montaña.
Mientras conducía por la autovía he notado el cambio al salir de Vizcaya.

Es otro ambiente.
Dejo atrás los horribles pinos insignis que tanto afean y estropean el paisaje y me sumerjo en parajes de árboles autóctonos, robles y hayas que con su sola presencia ennoblecen el lugar donde se encuentran.
La arquitectura de los pueblos no vale nada pero la grandeza de las altas montañas eleva mi pensamiento.
A pesar de estar en Castilla, el verde permanece intacto todavía y la altura de esa peñas, que en su día eran acantilados, dramatiza el panorama.

Mi amiga vive en un pueblo que se llama Bercedo.
La ilusión de su vida era encontrar un lugar en el que poder vivir tranquilamente, sin grandes gastos ni preocupaciones y a poder ser, en plena naturaleza.
Lo ha conseguido.
Cuando murió su padre heredó un poco de dinero, lo suficiente para encontrar ese rinconcito en Bercedo, un pequeño y encantador apartamento en el que tiene todo lo que necesita para sentirse  a gusto.
Enfrente, la estación del tren y un poco más lejos la parada del autobús.
Un barcito para tomar el café, leer el periódico y encontrarse con amigos que van cayendo por allí para encontrase con ella, pienso yo.
Todos los días pasea, 
Le regalan setas, manzanas, hace mermelada, está bien surtida y todo de la mejor calidad.
Siempre disfrutando porque en ese lugar mágico, todo cambia cada día.

Cuando la visito, solemos ir a comer a los lugares que ella conoce y me gusta el plan.
La gente es amable, la comida castellana más rotunda que la vasca y tengo la sensación de que los lugareños son más recios que los vascos.
Casi siempre que voy me pierdo, pero no me importa mucho, porque así me voy familiarizando con una zona geográfica que no estaba en mi agenda, pero que a medida que la conozco, voy encontrando sorpresas que acaparan mi atención.


Pronto tendré que investigar las plantas curativas que crecen al lado del río y tengo intención de ir ampliando mis conocimientos sobre le merindad de Montija.






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