viernes, 25 de septiembre de 2015

Asuntos de color












Nos gustaba ir a cenar al Judas de vez en cuando.
Aunque era una taberna con cuatro mesas en la barra y sin demasiado glamour, la comida era excelente.
La dueña, Dolores, que también era la cocinera, era muy cariñosa y solíamos charlar con ella.
No había demasiado platos, pero el bacalao al pilpil y la merluza en salsa verde eran insuperables.
Ella me enseñó a poner el agua de los espárragos en la salsa y puedo asegurar que es una gran idea.
Una noche fuimos a cenar María y yo con dos amigos africanos, ambos originarios de Gana.
Cenamos, charlamos y nos marchamos.
Como estábamos acompañadas, Dolores se limitó a saludarnos, no nos dio conversación como cuando estábamos solas.
Al cabo de unas semanas volvimos, pedimos la cena y cuando nos la sirvió, Dolores se sentó con nosotras.
Se veía que tenía ganas de hablar.
Estaba emocionada.
Nos contó que en su vida había algo que le impedía ser feliz.
Su hija se había casado con un africano.
Cuando su marido se enteró de que su hija salía con un negro, se puso como un energúmeno y le prohibió terminantemente que siguiera viendo a ese chico.
La hija no solo no le hizo caso, sino que se casó con él y se fue a vivir a Kenia, que era el lugar de origen de su marido.
Nunca volvieron a verla.
A su mujer, Dolores, le prohibió visitarla y lo único que hacía era llamarla por teléfono cuando el marido no estaba delante.
Dolores trabajaba catorce horas al día, su salud no era buena, pero lo peor de todo, era llevar ese dolor en su corazón.
Ni se le pasaba por la imaginación desobedecer a su marido, no lo consideraba factible, ni siquiera se permitía pensarlo.
Tenía nietos a los que solo conocía por las fotos que su hija conseguía mandarle a escondidas y sabía que se moriría sin volver a ver a su hija y sin conocer a sus nietos.
A nosotras todo lo que nos contaba nos parecía inverosímil, que eso estuviera ocurriendo en una ciudad moderna, cosmopolita, en el centro de Bilbao, con una persona que no había hecho nada malo y con quien su hija era muy feliz.
Nos sorprendía, pero poco podíamos hacer excepto escuchar a Dolores con cariño, suponiendo que hablar del asunto le produciría cierto consuelo.

Pasó el tiempo y mi amiga María que estaba bastante introducida en la comunidad africana de Bilbao, se echó un novio de Guinea Bissau y se quedó embarazada.
Tan contenta estaba con la noticia, que fue a contárselo a sus padres, que eran de Bilbao de toda la vida y para más información del PNV.
El padre montó en cólera, se puso como otro energúmeno y no solo le prohibió la entrada en esa casa, sino que prohibió a toda la familia incluidos la madre, hermanos, tíos y primos que le dirigieran la palabra para el resto de su vida.
Al principio María estaba tan ocupada preparando todo lo del niño, que no lo tomó demasiado en serio pero cuando nació el bebé, quiso enseñárselo a sus padres.
Imposible.
Ambos fueron rechazados.
Sin explicaciones.
Ella no se lo podía creer.
No poder compartir con su familia un niño tan precioso le parecía inhumano.
Pero así fue.
No quisieron conocer a su nieto.
María y su maravilloso hijo han crecido sin contar con la familia, sin que el niño conozca a sus abuelos, tíos, primos…
El niño, que es muy inteligente, brillante, gran deportista y muy maduro, dice que no los echa en falta porque nunca los ha tenido.
No sabe lo que es tener otra familia que no sea la de su padre.







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